"¨Polvo fuimos y polvo somos: polvo en las aguas
como polvo en los cielos; polvo sobre esas franjas
de esa bandera alzada entre sombras y huesos.¨
Dime de lo que presumes y te diré de lo que
careces debería
cambiarse a escucharé de lo que presumes
y te diré de lo que careces. Eso en cuanto a individuos; pero en temas de nación, las festividades por los
25 años de la firma de los Acuerdos de Paz, hacen pensar que ese refrán aguanta
con una variación que puede ser algo así
como Patria, dime lo que celebras
para saber qué te falta.
Por el
deterioro social y la realidad a la que
cada uno se enfrenta de forma cotidiana, es comprensible que entre los
salvadoreños las palabras paz y
reconciliación sean huecas y
absurdas. No se puede celebrar la conquista de algo de lo cual nunca se ha
gozado.
El cese
al fuego entre el ejército y guerrilla debe celebrarse, pero la paz y reconciliación
no existirán mientras sigan vigentes las
causas que llevaron al conflicto armado. El pueblo salvadoreño tiende a dividirse
incluso por equipos de futbol en los que no juega ningún connacional. De las pocas
cosas que unen a este pueblo, una de las más miserables es el miedo tan propio
de cuando no existe paz. Ese miedo y el descontento con las celebraciones oficiales se relacionan de forma muy estrecha.
Las cúpulas
partidarias están unidas en torno a que no importa si son de izquierda o de
derecha, siempre coinciden en que quieren conservar los privilegios que afectan
a la justicia y finanzas de toda una patria. No son pocos los militantes de
ambas corrientes que esta complicidad la conciben como traición.
Los líderes
de la izquierda oficial llama a sus bases a celebrar las conquistas y reivindicaciones
que nunca se lograron para ¨las grandes mayorías¨. Les es más conveniente así,
pues de llamarlos a combatir tendrían que hacerlos combatir contra ellos que llevan una
vida distinta a sus viejos principios, manifiestos y estatutos; una vida
coherente a los hábitos y costumbres que tanto repudiaron entre sus antes
opuestos y desde hace mucho iguales. Si acaso llaman a sus bases a que se unan, es
para pedirles el voto, para pedirles que los apoyen para perpetuarse en el Poder
pero no más.
Entre los
líderes de la derecha, algunos ya se acostumbraron a compartir el pastel con la
izquierda domesticada, otros incluso los han convertido en sus socios. Incluso es
frecuente, que la corrupción de la izquierda la señalen más con envidia que con
ánimo de justicia. Parece que lo que lamentan no es la corrupción, parece que lamentan que son otros los que se benefician de ésta.
Sería tonto
pretender que el 16 de enero de 1992 signifique lo mismo para toda la sociedad.
No existen hechos históricos de significado único. Sin embargo esta fecha unió a muchos en complicidades, a otros en miedos
y a otros en esperanzas.
Cada momento
histórico tiene al menos dos interpretaciones que pueden considerarse antagónicas,
dialécticas o duales. La conmemoración
del acuerdo logrado en el Castillo de Chapultepec no es excepción. En el
imaginario oficialista, a través de un monumento de mucha retórica y poca estética, se pretende sugerir que los combatientes se reconciliaron
y caminan soltando palomas, pero en la vida real los ex combatientes se
manifestaron alrededor de una fiesta a la que no fueron invitados a pesar de
que fueron invitados a matar y morir en el frente
de batalla.
Ese Monumento
a la Reconciliación no sólo es ofensivo para la vista y para el sentido común, también
es una burla para la construcción de la paz. El nombre de ese monumento hace referencia a la
primera derrota que sufrieron los Acuerdos: el incumplimiento de la Ley
de Reconciliación Nacional. Ley que ofrecía amnistía para el crimen común y político
exceptuando el secuestro y exceptuando los hechos de violencia que determinaría
la Comisión de la Verdad. Comisión a la que remitieron protagonismo las partes en conflicto al firmar la Paz y a
la que se reconoce en la Ley de Reconciliación.
El 20 de marzo de 1993, terminaron los Acuerdos de Paz cuando los legisladores salvadoreños sepultaron la Ley de
Reconciliación al aprobar la Ley de Amnistía luego de conocer el Informe de la Comisión
de la Verdad. Sólo habían pasado catorce meses desde la firma de la paz, desde entonces la reconciliación se volvió eufemismo de impunidad. Desde entonces, el poder legislativo
garantizó que estuvieran en paz con la
justicia quienes protagonizaron algunos de los crímenes más horrendos que se
han cometido contra la humanidad; pero la paz y la reconciliación de los
criminales no merecen una fiesta, ni merecen un monumento. Por eso gozamos de
honor los que no somos herederos y beneficiarios de la amnistía, los
que anhelamos la paz, los que no fuimos invitados a esa fiesta de los que por obra y gracia de la Ley fueron
librados de la Justicia.
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