La humanidad está en riesgo, pero lo estamos abordando tal como asimilamos y hemos esperado el apocalipsis cristiano durante ya varios siglos. Se habla del final de mundo cuando nuestra preocupación real debe ser el final de nuestra especie, la extinción de los mamíferos y la extinción de todas las especies amenazadas por el avance de la civilización.
El planeta
puede soportar mucho más daños de los
que le ocasionan nuestros hábitos, nosotros no. Nuestra civilización se ha garantizado
a sí misma el destino de Eresictón, quien según Ovideo “llegó a profanar con el hacha un bosque de Deméter,
ultrajando sus vetustos árboles con el
hierro” y como consecuencia de haber enfurecido a una de las habitantes del
Olimpo, Eresictón fue condenado a un hambre que terminó hasta cuando finalmente se comió a sí
mismo. Nuestra civilización ya suma bastantes bosques y muchas otras cosas que están
bajo el dominio de Deméter.
El hombre
está en peligro, por ende la civilización, pero nosotros estamos preocupados
por el fin del mundo y por la destrucción del planeta. Mundo y planeta no significan lo mismo pero vinculamos los finales de ambos por
herencia Cristiana más que por evidencia científica, al menos así se evidencia
en versículos como Apocalipsis 21:1
cuando Juan afirma “Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el
primer cielo y la primera tierra habían dejado de existir, lo mismo que el mar”.
Para el cristianismo, desde el Génesis y a lo largo de la biblia queda claro que el planeta es anterior a
al mundo y no son la misma cosa, sin embargo los finales de ambos están encadenados,
pues primeramente
es destruido el mundo, luego el planeta. Hasta el día de ahora, a pesar de
nuestras armas de destrucción masiva, somos capaces de destruir el mundo, somos capaces de destruir hasta al último de los hombres, pero no somos capaces de destruir el planeta.
Como
humanos hace mucho comprendimos que la tierra no es el centro del universo,
pero seguimos relacionando la extinción o final del hombre con la destrucción del planeta. Creo
que cada vez es más grande el número de personas que temen a un fin del mundo dado
por nuestras propias obras y no por la irá de los dioses. Sin embargo todavía nos sentimos el centro del
universo, todavía nos creemos el centro del planeta y consideramos que nuestro
final, será el final de todo como que el pensamiento y la existencia
humana conformaran un motor que hace girar al planeta.
Nuestro
mundo, nuestra civilización es algo así como un suicidio colectivo que hemos
venido realizando por capítulos. No importa si fuimos expulsados del Edén o si
venimos de una larga cadena de mutaciones genéticas, lo evidente es que nuestras obras, nuestros hábitos
han arrastrado a la extinción a otros mamíferos,
a otros seres. Nuestra principal diferencia con los otros hominidos no es tener pulgares, caminar erguidos o utilizar lenguaje articulado. Lo que nos diferencia de manera más marcada de otros hominidos, de otros mamíferos y especies, es que nuestro comportamiento gregario tiende en sentido opuesto a la conservación y supervivencia.
Parece que estamos confiados a que alguien construya un Arca y nos
larguemos a intentar el mismo mundo mierda
en otro planeta. Algunos aspiran a salvarse a sí mismos para vivir entre calles
de oro y mares de cristal, otros se conforman con que los hombres de ciencia
descubran un planeta que tenga agua y oxígeno. No importa lo que uno pueda creer o desear, estamos en peligro de extinguirnos desde que decidimos llamar civilización al resultado de haber
silenciado el instinto.
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