Roberto
Gómez Bolaños fue de esos genios que
tienen una personalidad con muchas
dimensiones. A mí en lo particular, de esas dimensiones me encanta la de
lector, la de aficionado a la música y
la de ciudadano del mundo.
Roberto Gómez Bolaños (1929-2014) |
Un escritor es el
reflejo de sus lecturas y la calidad de un texto depende del equilibrio entre
la creatividad y la forma. Gómez Bolaños
era un gran lector; y parte de su éxito fue traducir muchas tramas, estilos,
leyendas y personajes de la cultura universal y de la historia a un contexto más popular. Es un maestro que interpretó y se
apropió de la tradición y de las vanguardias haciéndolas digeribles a esa Latinoamérica
llena de hombres que cambiaron los
fracasos de la vida campesina por fracasos urbanos. Gómez Bolaños leía mucho; desde niño conocí su
biblioteca a través de sus personajes y
tramas. Sé que tenía un ojo muy pulcro por su obra titulada El Diario del Chavo; un
libro al que no le sobran ni le faltan líneas. Creo que El Diario del Chavo es
de esos libros que sólo pueden ser etiquetados como obra maestra. Es un libro corto, un libro que ni siquiera
trasciende las doscientas páginas, pero son páginas suficientes en las que el
autor desarrolla una trama sobre un universo que conocía por completo como cada
dios conoce su creación; sin embargo, poco más de ciento cincuenta páginas le
fueron suficientes. Una lección queda muy clara con ese –como con cada buen-libro:
uno no debe escribir todo lo que sabe sobre una trama; sino sólo aquello que cumple los parámetros estéticos que el libro o
unidad permite.
No conozco toda la filmografía de Gómez Bolaños y también me falta leer sus Memorias; ya le haré entrada a ambas cosas pues él es uno de esos hacedores que tienen universos que dan ganas de conocer hasta dónde se puede.
No
sólo en historia y literatura tuve muchas veces como fuente primaria a este
genio. A Tchaikovsky y a Jean Jacques
Perrey los conocí por Gómez Bolaños; eso se agradece sobre todo porque mi
oficio es la música. Tchaikovsky siempre estaba en boca de un tío. Por mi tío yo sabía que Tchaikovsky
aquí, y Tchaikovsky allá, y Tchaikovsky esto,
y Tchaikovsky lo otro; pero hasta que oí que un personaje de Gómez Bolaños lo
mencionó me digné a escuchar todo lo que pude del tal Tchaikovsky. Desde entonces Tchaikovsky ya no estuvo sólo
en boca del personaje y de mi tío.
A muchos les gusta la música electrónica; me
acuso de ser de esos muchos y a la vez acuso a Gómez Bolaños de haberme
inducido. Cuando tomé mis primeras
lecciones de piano en la Escuela Municipal, era todo un lío entregar una lección
porque siempre estaba ocupado el piano de pared. Yo no tenía instrumento propio;
pero por esa época le ayudaba a mi profesor a dar clases de guitarra en una
academia privada y el tiempo libre lo usaba para estudiar en alguno de los
teclados electrónicos o en el piano que había en esa escuela. Un día descubrí
que una de las melodías que venían grabadas en un teclado electrónico era el
tema de entrada de El Chavo del Ocho; sonaba muy diferente esa grabación con el
tema del programa, pero gracias a esa
grabación descubrí que se trataba de un tema de Beethoven: Marcia alla turca
Op. 113 n. º 4 según el registro del
teclado. Consulté con mi tío y con otras
personas y fui conociendo muchas versiones de ese tema. Varios años después,
cuando comencé a usar internet busqué la versión que salía al inicio del programa
y me di cuenta que el tema musical de El Chavo del Ocho se llama The
Elephant Never Forgets y que es una versión que Jean Jacques
Perrey hizo sobre el tema de Beethoven. Esa versión apareció en 1970 en un álbum
llamado Moog Indigo; y ese álbum es
un capitulo fundamental en el Génesis de la música electrónica.
Es
obvio que muchos acontecimientos históricos, al igual que mucho arte clásico y de
vanguardia los habría conocido con o sin la obra de Gómez Bolaños; pero me
siento eternamente agradecido con el maestro, pues gracias a él mi infancia de
niño del tercer mundo pudo acercarse al mundo sin querer queriendo.
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