lunes, mayo 11, 2009

Nueva adquisición para la bodega de abandonos

¿A caso no es el presente eso que muere precisamente cuando nace?
L. Alonso Linares

La libertad de elegir, no es algo así como una característica única de los humanos. Eso lo comprenden muy bien los gatos; el patio de la segunda planta de la casa en la que duermo, lo eligió un gato que parece una camisa blanca que ha sido lavada muchas veces. La libertad para elegir, es para los humanos algo que vale por estar en papel; mientras que para los gatos es cuestión de naturaleza.

Nunca me han agradado los gatos como para tener uno en mis brazos, o como para acariciarlo sin tenerlo en mis brazos, o como para ponerle la arena a su cajita o como para comprarle o construirle una cajita, para luego conseguirle arena suficiente como para poder cambiarla y que la cajita no quede sola. Es muy patético eso de tener una cajita de arena a la que le falta la arena. Hay ocasiones en que pienso construir una, y también pienso comprar arena. Antes no lo hice, no tenía gato, y ahora no es que tenga pero a veces es como que tengo gato y a veces hasta como que tengo caja de arena, o bueno la gente me hace sentir que tengo gato. Yo no quiero al gato blanco-amarillento, sin embargo no me molesta que sea un okupa. He visto pocas veces a ese gato, pero en una ocasión me dijo: Hay que comprender la fortuna de que el suelo que pisas no puede ser más grande que las cuatro patas que lo cubren.

La gente que a veces duerme en la segunda planta de esta casa, dice cosas como se fue tu gato, el gato se asustó cuando terminé de subir las escaleras y saltó, o ¡había un gato allá arriba! o, ¿qué tenés gato? ¿Cómo se llama el gato?, ¿Ese tu gato es gato niño o gato niña? ¡Me asustó el gato… …o no sé si yo lo asusté! – ¡Santi-…Pero se fue! Ese no es mi gato, ¿Cómo putas voy a ser dueño de un gato? ¡Nadie puede ser dueño de un gato! Suelo pensar o no sé si lo digo. Casi siempre, cuando ven al gato, ya no es hora para saber qué es lo que uno hace, sino que es hora para hacer lo que no se sabe por qué se deja de hacer en otros estados, y se hace se esté o no se esté en esa casa en la que a uno le es más habitual despertar. Nunca me han agradado los gatos como para tener uno en mis brazos, pero desde hace no mucho tiempo me simpatizan porque sí saben qué es eso de las libertades sin conocer categorías jurídicas o filosóficas.

Una de estas tardes-si se le pude llamar tarde a la mitad del día- estaba acostado en el suelo, y tenía la música con suficiente volumen para disfrutarla yo y alguien que se acercara a esta casa. Esa tarde, yo estaba entre dormido y despierto, y me desperté entre la música, y los gritos que venían de la calle. Los gritos eran obra y magia de los hijos de los vecinos, de los amigos de los hijos de los vecinos, y de los primos de los hijos de los vecinos. Antes de verlos supe por qué gritaban, pues cuando abrí la puerta de la sala, vi a un gato en el costado izquierdo de una de las esquinas que forman dos de las paredes más próximas a la calle. Lado izquierdo cuando se entra a la casa claro, pues cuando se sale es el lado derecho, y cuando se abre la puerta de la sala para entrar, está atrás; mientras que cuando se abre la puerta de la sala para salir está en frente, y la constante es la ausencia del gato, independientemente del lado al que se percibe que está dicha pared, que en algunos estados parece el piso. Pero ante esa negra excepción efímera que maullaba, les dije a los niños que no, que ni le tiraría agua y que tampoco le lanzaría piedras, ni zapatos, ni nada, ni que llamaría a la UMO, ni nada, ni que les permitiría que intentaran bajarlo con sus métodos ortodoxos, ni nada. Les pedí que ya no imitaran el llanto del gato ni la furia del perro de enfrente. Temí-en silencio-, que ese gato negro se pudiese poner más nervioso, y que posteriormente desarrollara algo malo en torno a sus facultades cognoscitivas; y es que no siempre se sabe qué hacer con un gato que padece una loquera de esas no incluidas en ningún compendio de psiquiatría o compendio de lo que sea. Nunca nadie se ha tomado la molestia de decirme cómo es eso de la intervención en crisis para gatos, así que al igual que las cosas sobre las que si me han dado indicaciones, terminé haciendo las cosas muy a mi manera.

Los niños no son gatos, al menos no todo el tiempo; les pedí que se fueran y se fueron, y no es que le pedí al gato que se fuera, pero le pedí que se quedara, y eso e lo mismo pero al revés. Aproveché para fotografiarlo a pesar de que parecía estresado. Cerré la puerta, y seguí en lo mío hasta que desperté de nuevo. La música se había terminado, y decidí salir para conseguir cigarros. Para mi sorpresa, el gato todavía en el mismo lugar y todavía llorando. Tomé una o dos fotos más, y de nuevo a lo mío.

Ya tipo a mitad de la tarde, descubrí que el gato había bajado a la defensa de la ventana del primer cuarto abandonado de esta casa grande. Ya no estaba tan cerca del ángulo que es consecuencia de la intercepción de las paredes. Dejó de estar como subrayando una de las paredes desde poco antes al área de intercepción con la otra parte de la estructura que simulan una de esas cosas que a veces son aburridas tanto en concreto como en abstracto, y dejó de estar en la parte habitable de la pared para pasar a la estructura metálica que resguarda la ventana. Dejó de estar en la pared, y no, no estaba como un cuadro que pende de un clavo; pero tampoco estaba como ahora, es decir con algunas patas sobre algunos de los filos -que no cortan- de los elementos solaires del conjunto ventana. De nuevo fotografié al gato. ¡Es que se veía tan bien! Y no me quise dar el lujo de perder del todo esa imagen; perder del todo por eso que no soy muy bueno con la cámara que aunque no es la mejor del mundo, si se emplea de manera distinta a cómo lo hago, es capaz de sacar fotos más potables. Bueno, las fotografías no son agua o cualquier otra cosa que pueda beberse o algo similar, y también es cierto que el tema no soy yo y la fotografía, sino Elías. Decidí llamarle así; Elías en caso de ser niño, y sino sólo le bajaba a Ely y ya.Lo funcional de este enredo de nombres, es que dejó de ser el gato.

Después de las fotografías a mitad de la tarde, regresé a lo mío. Salí de esta casa pequeña cuando se acercaba la hora de ir a esperar a unos amigos que pasarían la noche conmigo. Me fui deseando que Elías siguiera allí a la hora de regresar para que lo vieran los que venían, y así fue, ellos vinieron a esta casa mientras yo regresaba, y mientras Elías seguía en el mismo sitio; y estuvo cerca del ángulo aún cuando todos comenzamos a caminar hacia otros estados. Todas las personas, que esperaba vinieron, y todos nos fuimos a cenar ya después de los primeros pasos hacia otros estados. Elías se quedó en la esquina, y cuando regresamos, Elías no se había movido. Alguien sugirió que lo bajáramos porque a lo mejor y le daban miedo las alturas, y yo dije que no pues un perro vecino todavía ladraba de vez en cuando, y ese un perro vecino es el perro vecino que asustó a Elías. Y es que según las versiones de Marcela-como de doce años- y la de Andrés-tipo de nueve-, Elías llegó hasta esta casa en la que duermo, después de haber sido atacado por una vecina-la vecina de al lado derecho cuando se entra a esta casa; vecina que es también la misma pero al otro lado cuando se sale de esta casa en la que también lloro. Pero Elías no llegó a esta casa inmediatamente después de que lo asustó la señora que habita esa otra casa con problemas de lateralidad. Es que al Elías le acontecieron cosas sólo comparables a las que a ese brujo que dicen que cogìa con la vieja del Nico; pues la señora vecina de los que vienen a esta casa, echó al Elías-en ese entonces gato- cuando apenas había entrado, y salió a encontrarse con una horda de niños, y no es que Elías sea un dulce, pero tuvo que huir, y entró a la casa que es la casa de enfrente cuando salgo de esta casa, y se fue a topar con ese perro llorón que adoptó semblante de enojado frente al Elías, y según sé ,le ladró bastante, y quizás lo persiguió hasta chocar contra la puerta de esa que es la casa que no está enfrente cuando voy entrando a esta casa en la que alguna vez hubo conejos. Lo de que chocó no me lo dijeron, pero un perro que llora cuando no están los dueños, no es digno de fiar si llora a pesar de que le dejaron comida. Y esta mi afirmación es cierta si no es sólo de pose la honestidad que se les ve a los dos niños y a la niña de la casa que está enfrente cuando salgo de ésta. Eso de por qué llora ese perro blanco no sé y a lo mejor luego sí, pero ahora no, ahora lo del Elías. Elías salió corriendo a esta casa en la que hay fotos de mi infancia, porque a menos que haya huido corriendo de espaldas, ésta es la casa que le quedó más inmediata, porque es sensato pensar que corrió en dirección contraria a los ladridos del perro, y eso lo determiné después de reconstruir la escena muchas veces, así que yo soy el único que puede valorar las alternativas de escape del Elías que entró a esta casa en la que hay fotos de mis muertos; y que esta casa fue la más próxima, y que el perro chocó, son dos afirmaciones racionales en torno a la odisea de Elías; sobre todo si se considera que son similares las puertas tanto de esta casa que queda a mi espaldas, como la de la que está enfrente cuando me voy hacia cualquier parte o Hacia ninguna lugar. Y no es que por ser similares son próximas, pero es que tienen puertas por las que pasa un gato pero no un perro cuando están cerradas. Está claro que cada una de las afirmaciones son racionales; aunque sabemos que no todo lo lógico o racional es cierto; pero eso no importa, lo relevante es que Elías vino a esta casa en la que fue como el presente, si a éste se le considera como un intervalo que se caracteriza por tener un inicio con muchos antecedentes y un final con muchos consecuentes. Lo último lo traigo a relucir, porque Elías llegó a esta casa para refugiarse de lo que le aconteció durante el intervalo de persecución. Mientras lo vi dormir en la esquina de la intercepción de las paredes, recordé es soneto de Basho del que pongo la traducción completa del portugués al castellano que realizó James Joyce: Elías tiembla/ es su cola/ un abrigo para perros.

De cómo llegó, hasta ese lugar tan cercano a la parte del techo que se humedece sin que la golpee la lluvia, luego, otro día mejor; ahora no. Ahora con eso de que volvimos de cenar y Elías todavía en el mismo sitio. Pero salimos ya cuando era casi el siguiente día, el siguiente día al día que vino Elías, y cuando regresamos no recuerdo si todavía estaba, recuerdo que sí pero da igual si no. Durante esos estados, uno más que para ver lo que pasa está para ver lo que pasó hace poco que parece hace mucho, y lo que hace mucho que parece hace poco, y no hay derecho para exigir demasiadas cosas, pero en fin algo debe haber; pero llegó un momento en que ya no había gato. Y ese momento fue después de haberme ausentado de la mayoría de los amigos durante el inicio del día después del día del gato. No puedo dejar de pensar en cuando me di cuenta que Elías ya no estaba, y no sé si alguien lo bajó pero no importa. No sé cómo me creí dueño de un gato. Él sólo eligió una parte insignificante de esta casa durante varios pares de horas en los que esa parte pasó de ser insignificante a ser el gravicentro. Desde entonces, esa parte insignificante de esta casa es una oración y Elías es el sujeto tácito, y quiero ser tu canción desde el principio al fin, y si tú fueras la luna yo sería el sol y te hice caso en eso de volverme nube y buscaste la lluvia bajo otro cielo y que tus ojos son como perlas y tus dientes como luceros. Por más lugares comunes o repetidos que se puedan recordar, Elías no se repite en el mismo sitio de esta casa.

Me parece muy ridículo ese alguien que le puso un collar al gato blanco-amarillento, y así les debo parecer - o seguramente más- a los que ven a ese gato que no lleva puesto un collar pero que lleva puesto un nombre. Prefiero referirme a él como Elías- no como Ely-, ya que comprendo que las cosas son mejores como se recuerdan y no como son, o cómo pudieron ser, o cómo serán, o como todas las permutaciones o conjugaciones o alternativas o cómo uno las quiera nombrar; pues es mejor recordar lo que uno cree y no lo que fue. Y eso es independiente de si se está en esta casa sin gato ó en esta casa sin gato.

Ahora hay más cosas que duelen en esa bodega que no se queda en esta casa cuando me marcho; y es que La memoria es la única. maleta frágil que no puede sufrir registros. en los aeropuertos o estaciones, y es que esa caja de arena hace que me tropiece, y no tiene arena; y mucho menos Elías. Y es que la esquina de esas dos paredes, y la armazón de metal que protege la ventana, sugieren lo mismo; sugieren que Elías volverá. Y la foto de ese gato negro, en una de las paredes de la sala de esta casa, hace que me recuerde de lo mismo; me hace recordar que es imposible que se vuelva a lo que ya sólo es una fotografía.