lunes, marzo 21, 2011

domingo, marzo 06, 2011

Dime lo que redactaste y te diré qué pieza no tienes

La ruptura de las tradiciones inevitablemente lleva a la creación de nuevas preceptivas. Toda propuesta estética pasa de ser algo innovador a algo monótono cuando se mecanizan las técnicas y se agota el tratamiento de los temas. Por el bienestar del arte, es necesario que existan rupturas, puntos de inflexión; pero ningún vicio, ideal o característica debe desaparecer a causa de un decreto o esas sucesiones de decretos que forman los manifiestos. No se puede negar que para las vanguardias los manifiestos llegaron a convertirse en algorítmicos sobre la creación; en muchos casos, los autores de las obras que han sobrevivido son los artistas que se negaron a asumir ideales de forma mecánica.

Aunque no existe algo así como manifiesto de la música barroca, el tratamiento de los motivos musicales que ocupó Telemann es muy común entre sus contemporáneos, y según parece eso es así por los estándares de ese periodo y por los aportes que este gran maestro hizo a la música; hay muchas páginas del Barroco escritas por otros autores que suenan similar a Telemann, pero no tan grandiosas y constantes como las de él. Eso puede explicarse por las tendencias. Sin embargo, para nuestra época J.S. Bach es el máximo representante del barroco. Para los que vivieron en la época de ambos autores sería inconcebible el enterarse que el rockstar de esos días no conmueve ni al público ni a los intérpretes como puede hacerlo el pueblerino J.S. Bach, y es bien simple porqué ocurre eso; Bach desarrolló un registro muy propio que no se confunde con el de cualquiera de sus contemporáneo, menos con un músico actual. Fue barroco, es el barroco mismo al haber llevado a la cúspide de las cúspides las técnicas, formas e ideales de ese momento; pero no se limitó a las modas o repetición de las características que hoy se enuncian como los pilares de la música barroca, también exploró afuera de los parámetro y cuando se metió a las cosas estándar las sobrepasó. Muy fácil se dice que se mantuvo al margen de los manifiestos si entendemos que los manifiestos no necesitan estar escritos o publicados para destruir la voz propia que puede desarrollar cada creador.

Volviendo a las vanguardias--o cómo putas quieran decirles hoy en día los académicos--no sé que tanto aportaron Dali y Magritte a los manifiestos surrealistas o que tanto tomaron de sus lineas...pero los aportes que hicieron al arte son evidentes y no siempre figuran o encajan con los ideales de los manifiestos . Es más, el surrealismo se aprecia mejor viendo las obras de Dali y Magritte que leyendo (las traducciones de) los palabreríos de Bretón y compañía: letras y letras y letras y letras que pudieron ser necesarias, pero no son tan ilustrativas como un lienzo que sirve para volver concreto lo onírico, o un lienzo en el que se sintetiza el dualismo.

Siempre es más importante lo que la obra dice por sí misma. La forma en que la justifique el artista es irrelevante; no existe alguien capaz de vivir eternamente como para estar diciéndole a cada persona qué significa lo que ha creado. Eso lo evidencian las catedrales--que como tantas obras maestras --no necesitan tener un prologo para maravillar a quien la contempla, y menos necesitan al creador para que esté tipo guía turística diciendo payasadas para explicar lo que no pudo plasmar a través de la técnica y experimentación. De hecho, una obra de arte debe tener la característica que no es uno el que se detiene para apreciarla; sino que la obra misma tiene la potestad de anclarlo a uno. No es el artista el que debe promover la obra al buen estilo de un predicador o comerciante.

Ya han pasado más de cien años desde que lo actual se centra en romper con la tradición, crear nuevos lenguajes, destruir--y no establecer--corrientes canónicas que se convierten en cadenas para la creatividad, emancipar al hombre y a la mujer ;) romper esquemas, acabar con lo mecánico, ofrecer nuevos tratamientos al proceso de creación, glorificar lo espontaneo y muchas otras cosas que se promueven en pequeños manifiestos que acompañan a algunas de las obras; esos pequeños manifiestos o viñetas que según recuerdo son nombrados racionales y muchas veces son muletillas como las que he ocupado en éste y en los párrafos anteriores y siguientes. En los casos más penosos el racional es un algo más relevante y significativo que la obra misma; sobran casos en que los benditos racionales acompañan—y forman parte de-- una obra incapaz de decir si quiera algo pequeño. Aunque hay excepciones, la mayoría de veces me quedo con la impresión de que los racionales forman parte de alguna pieza si dicha pieza no es un universo, y menos un mundo o una realidad que puede sostenerse según sus propias particularidades. Eso sí, disfruto y admiro los racionales cuando replantean algunos objetos o situaciones cotidianas; lástima que no siempre pueda afirmar que acompañan o pertenecen a una obra de arte, y una pieza no me gustan ni más ni menos por esa situación. Por fortuna que me guste algo o no, es criterio insuficiente para otorgarle un valor estético que no merece; sostengo eso a pesar de que la seducción es el primer vínculo que se tiene con una obra, y lo sostengo con la serenidad de que un racional memorable no determina la calidad de una pieza. Puedo redactar una viñetita muy buena sobre un clavo que tomé prestado en una ferretería; y el clavo no será arte ni la acción dejará de ser hurto porque incursioné en la retórica de curador. En la mejor de las interpretaciones se podría aplaudir la creatividad del ¿artista?, pues en esto del arte lo creativo es fundamental; Leonardo, Miguel Ángel y tantos de otros periodos lo evidencian con lo estricto que son al apegarse al canon, y sus obras reiteran que no se trata sólo de creatividad al igual que lo hacen los compases de Mahler, compases tan alejados del promedio de sus contemporáneos .

Lo que me atormenta por sobre todas las cosas son esos racionales que pretenden redimir la falta de elaboración de la obra. En algún momento pudo ser interesante salvar una obra no lograda con palabras escritas en una viñetita; pero esa práctica ya se volvió monótona, destructiva y demasiado algorítmica para los planteamientos de avanzada que tanto buscan los artistas de avanzada con sus discursos provocadores, con sus obras que promueven como verdaderas rupturas a una tradición que no conocen o que no comprenden.

Esos pequeños manifiestos llamados racionales son lineales en la mayoría de los casos, y son herramientas muy convenientes para crear prejuicios y evitar dinamismo en la interpretación de las piezas. Es tonto pretender que en arte algo tenga significado único, y por eso me parece que los racionales no se llevan muy bien con las palabras polisemia, semiótica, etc. Los racionales recuerdan la coerción de las corrientes escolásticas, y evocan esos ánimos inquisidores que tanto se pronunciaron a favor de interpretaciones únicas. Por eso que--de alguna forma--los racionales evocan conductas conservadoras que hoy en día funcionan muy bien con las máquinas y otros procesos industriales.

Me gusta pensar y sentir por mí mismo, y es cierto que un racional no tiene porqué impedirme interpretar una pieza como yo quiero; pero es de mal gusto sugerirle a alguien cómo debe apreciar y qué debe hacerle sentir una obra. Si un jurado o curador necesita un racional para afirmar si es está frente a una obra de arte o frente a cualquier cosa, esa persona mejor debería dedicarse a la contaduría pública o a hacer pan.

He sido testigo de un par exposiciones que por los racionales serían el equivalente a leer un poemario en el que por cada verso exista una nota a pie de página que se extienda por tres páginas, y ese derecho de tantas explicaciones se podría decir que está reservado para la Epopeya de Gilgamesh y similares que han provocado tantas páginas décadas y siglos después de haber sido creadas. Y no es que pretenda ocupar esta obra maestra para deslegitimar el trabajo de alguien que cree ser el inventor del agua caliente; pero si de la Epopeya o sobre Ulises se pueden decir tantas cosas es gracias a que están bien elaboradas. Para salud de la posteridad, el ego de Joyce es pequeño en comparación a su novela, pero los racionales suelen comportarse como egos que son más grandes que la obra. Tengo muchas pero muchas causas por las que me dan miedo los racionales. A veces hacen que me lamente; hay racionales más valiosos que la obra misma, y si un artista hace estilo de ese hábito, uno llega a pensar que por el nacimiento de un artista mediocre perdimos a un buen tratadista, un ideólogo, un Papa, o un dictador.

Para los usureros y coleccionistas sin criterio deben ser muy importantes los racionales. Lástima que no tengo la vocación para estar en esas categorías, y sobre todo lástima que no tengo el presupuesto para tener una galería o una buena colección.

Lamento ser tan ortodoxo y limitado como para no comprender lo importante que son los racionales. Para mí un artista que en serio es artista, tiene mayor capacidad de proponer con lo que la obra dice y no con lo que él puede decir de la obra. Lamento ser tan ortodoxo y limitado ; pero los racionales no me hacen sentir que estoy ante una obra de arte, sino que me hacen sentir que estoy ante un decreto que es leído por un emisario de alguna inquisición.