domingo, abril 12, 2020

Nueva York: capital del mundo, sucursal del infierno.

Diferentes ciudades del mundo se han ido sumando de manera gradual a la cuarentena que se necesita para reducir la amenaza ocasionada por el COVID-19. En la medida en que la población se ha ido confinando, también el planeta ha podido tener un breve e innegable renacimiento. Desde todas partes del globo se han compartido videos que muestran cómo la fauna desplazada por la civilización ha salido a explorar puertos, pueblos y ciudades. El confinamiento al cual se ha recurrido para reducir el número de contagios también está limpiando los aires. La pandemia está siendo un breve ocaso del mundo y una verdadera primavera para el planeta. El COVID-19  entre otras cosas, también nos está mostrando lo  diferentes que son los conceptos mundo y planeta. A pesar que es válido utilizar ambas palabras como sinónimos, también es necesario marcar sus diferencias. Recordemos que la diferencia entre mundo y planeta es muy sencilla. Mundo es todo aquello que es producto de la actividad humana; por eso hablamos del mundo del arte, del mundo económico o de la política mundial.  Por su parte, la palabra planeta la utilizamos para referirnos a algunas de las rocas que por consecuencia del Big Bang  se encuentran vagando por el universo. En nuestro caso en específico, utilizamos la palabra planeta para referirnos al cuerpo celeste en el que el agua, la luz y el oxigeno han hecho posible lo que entendemos como vida. Todos los planetas tienen órbita, gravedad y más cosas en común; pero si algo tiene la tierra que no le hace falta a los otros planetas, ese algo es la civilización. Para cualquier habitante del mundo civilizado es fácil asumir que Nueva York es la Capital del Mundo. Y durante esta primavera, New York, New York también es el epicentro de la pandemia del Coronavirus. Una pandemia que ha demostrado lo vulnerable que son la cultura, la economía y la política que constituyen la trinidad que rige a occidente. 

Desde 1879, durante el Domingo de Pascua, en Manhattan, la ciudad más densamente poblada de Nueva York, se celebra el Easter Parade and Bonnet Festival. Para esta primavera, las flores y los sombreros característicos de esta celebración serán sustituidos por ataúdes y máscaras; sin embargo, el festival se realizará de manera virtual. Esa decisión de no suspenderlo y adecuarlo a la crisis, servirá para maquillar un poco la muerte, servirá quizás para inyectar un poco de esperanza manteniendo viva una de las tradiciones más bonitas que se celebran en esa ciudad formada por edificios que al igual que Babel intentan tocar el cielo, edificios en los que residen hablantes de más de 700 idiomas. Algo muy importante de ese festival, es que es un ejemplo muy claro de la larga lista de tradiciones religiosas que occidente ha convertido en celebraciones seculares o festivales de consumo. 

Para la sociedad de consumo, la industria del entretenimiento ocupa un lugar determinante. El Cine es la forma de entretenimiento con más efectos en la economía y cultura influenciada por el sistema dominante.  Nueva York es una ciudad icónica para el séptimo arte. A pesar de que Hollywood es una ciudad que está cerca del océano pacífico en los Estados Unidos, mientras que New York, New York está cerca del atlántico, esta última es la ciudad en la que más películas han sido ambientadas. La influencia del cine en nuestra cultura es tan evidente, que, por idiosincrasia, estamos viendo las noticias y esperando que el Coronavirus sea derrotado en Nueva York quizás por Spider Man, Los Cazafantasmas o­­ Las Tortugas Ninja. Parece que nos cuesta entender que en el mundo real no todo funciona como en el cine. En los guiones de cine, es muy común que  los ciudadanos de los lugares bajo amenaza siguen llevando una vida normal porque los problemas se los resuelven personajes de la mitología pop. Pero no, en la vida real no es así. En la vida real no valen los dioses creados en ningún estudio de cine, historieta o laboratorio de animación. En estos momentos ni los dioses, ni la ciencia  pueden lograr tanto como el aislamiento social que es casi imposible por la densidad poblacional y arquitectura de Nueva York. Sin embargo, en esa ciudad lo están intentado, porque lo que está ocurriendo no es una trama predecible de las 1700 películas ambientadas en esa ciudad. 
  
Si asumimos que en la cultura occidental el hombre promedio conoce de historia no por haber leído, sino de haberla visto en el cine americano, entonces se vuelve aún más comprensible que ninguna ciudad tiene tanta importancia para el mundo globalizado como Nueva York. Si vemos hacia al siglo anterior, Nueva York  fue clave para la política mundial por ser la ciudad sede de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).  Si vemos los acontecimientos de las últimas dos décadas atrás, encontraremos que los atentados del  11 de septiembre del 2001 contra el World Trade Center marcan el momento de más tensión política en lo que va del siglo. La magnitud de estos atentado fue espantosa no sólo por el número de muertos, sino también por  los lugares atacados que no fueron únicamente Las Torres Gemelas. Si en aquel momento la tragedia centralizada en Nueva York se tradujo en tragedia mundial, con el Coronavirus19 será peor. Hasta ahora, el mundo reconoce como datos oficiales de la pandemia, los números  presentados por la Organización Mundial de la Salud (OMS), el ente de la ONU dedicado a los temas sanitarios. Aunque la sede de la OMS  está en Suiza, al igual que las autoridades de Nueva York, esta organización ha tenido roces con Donald Trump durante esta pandemia. La influencia del Coronavirus19 en la política mundial tendrá repercusiones políticas que quizás las empezaremos a notar en las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Hay que tener presente que Trump, el actual presidente y candidato republicano,  es originario de Nueva York, una ciudad en la que los residentes reclaman el abandono y la irresponsabilidad del paisano en La Casa Blanca.

No se necesita tener un doctorado en economía para entender que el rumbo financiero del mundo se decide en Nueva York. Ni se necesita ser un comprador compulsivo para saber que China es la súper potencia en producción de artículos de consumo. Los inversionistas de la bolsa de valores en Nueva York y los burócratas vinculados al gobierno chino constituyen los dos grandes brazos de lo que hasta ahora ha sido el sistema económico imperante. En términos geográficos China y Nueva York parecían distantes, y ahora no sólo están unidos por la generación de ganancias sin estimar costos humanos o ambientales. Ahora también están unidos por un virus que germinó en el paraíso de la mano de obra barata, un virus que está teniendo su apogeo en el paraíso de la libertad económica. Por la pandemia, el sistema económico tiene problemas con sus dos brazos.  No se necesita ser economista para tener claro que después de sobrevivir al virus habrá que sobrevivir a la recesión. 

Cuando el COVID-19  se salió de control en China, parecía un problema lejano. La ingenuidad occidental, lo poco que conocemos de historia y  nuestra ignorancia sobre cómo se comportan los virus, quizás nos hicieron creer que el nuevo Coronavirus  sería contenido por La Gran Muralla. Pero el virus avanzó y no lo detuvieron ni las visas, ni los océanos. Aunque el drama humano más crudo hasta el momento se ha sufrido en Ecuador, lo que ha puesto ha temblar al mundo es el colapso de Nueva York, porque si el Coronavirus pudo doblegar a la ciudad que es la cabeza de occidente, también puede doblegar a cualquier ciudad más pobre o moderna. Aunque el virus nos ha recordado que All we are is dust in the wind, la muerte en tiempos del Covid-19 es más sofisticada al estilo de Nueva York. Las imágenes del ejercito transportando muertos en Italia, las imágenes de un parqueo subterráneo de dos niveles repletos de ataúdes en Barcelona, los cadáveres en las calles de Ecuador, nada de eso es tan sofisticado como los congeladores para almacenar cuerpos en New York, New York. 

El coronavirus nos ha venido a recordar que hay límites y diferencias  impuestos por el mundo que no abarcan al planeta. Las fronteras entre países pobres y ricos han sido derribadas con algo tan simple como un estornudo.  Los Estados Unidos están doblegados de costa a costa. El COVID-19 ha ocasionado el colapso de los sistemas de salud más sólidos y parece que no está teniendo misericordia con los sistemas más débiles. El coronavirus nos ha venido a recordar que la opulencia que separa al Bronx de Queens, que la brecha entre ricos y pobres, puede ser rota por algo tan pequeño como un resfriado, y sobre todo, que la precariedad de los pobres también afecta a los ricos.  Cada país está siendo testigo de cómo la riqueza concetrada en un polo, y la miseria conetrada en el otro, han provocado que las sociedades desarrolladas o pobres se precipiten. A la larga, muchos de los sobrevivientes entenderán que de nada sirve acaparar cien máscaras si el vecino no tiene con qué cubrirse la boca. A la larga, quizás muchos entenderán que eso no ocurre  únicamente con las máscaras.   

En estos momentos, hasta escuchar a Frank Sinatra es catastrófico por esas lineas que dicen If I can make it there, I'll make it anywhere, It's up to you, New York, New YorkEl coronavirus 2019 lo hizo en Nueva York y puede hacerlo en cualquier otro lugar, pero debemos entender que incluso cuando la Gran Manzana esté a salvo, el mundo seguirá estando en peligro. Porque, así como al terminar una guerra, hay zonas en la que surgen focos de resistencia, es lógico sospechar que cuando la pandemia parezca ya casi erradicada, también surgirán pueblos y ciudades que se volverán focos de infección. Estos lugares deberán ser controlados antes de que la curva de contagios vuelva a ocasionar otro colapso en una pequeña comarca o en la Capital del Mundo, capital que  no ha sido ajena a la excavación de fosas comunes para enterrar a algunas víctimas de la pandemia, del olvido, y de la pobreza. 

En estos momentos, Nueva York es la ciudad más cruel. Uno ve las cifras de muertos y no entiende cómo la muerte pudo llevarse a tantos. Uno ve las proyecciones y comprende que la muerte pretende llevarse a más. New York, New York, ciudad desierta. New York, New York, Allí quemaron tus alas, mariposa equivocada, las luces de Nueva York,  la ciudad que controla el tiempo. New York, New York, la misma ciudad que cada 31 de diciembre reúne un millón de personas para ver cómo desciende un globo de cristal en Time Square mientras otros diez millones más se suman por televisión. Nadie quiere perderse tus rituales, New York, New York.  Y es que, para nuestra visión occidental, el inicio del año nuevo no lo determina la revolución de la tierra alrededor del sol, el inicio del año lo determina una tradición de New York, New York: Capital del Mundo, Sucursal del Infierno.

Pero Nueva York no siempre fue la Capital del Mundo y Sucursal del Infierno. Por eso Federico García Lorca  describe mejor que nadie a esta ciudad al afirmar que París y Londres son dos pueblecitos si se comparan con esta Babilonia trepidante y enloquecedora. Lorca comprendía muy bien que New York, New York no siempre fue la cabeza del mundo. Para el imperio del César, por ejemplo, Roma era la Caput Mundi. Y aunque nos cueste creerlo: la cultura, la política y la economía no siempre estuvierony no siempre estaránorbitando alrededor de La Estatua de la Libertad. Todos tenemos claro que ésta es la estatua más importante para el mundo tal y cómo lo conocemos, pero la pandemia nos ha demostrado que esa estatua es irrelevante para el planeta y para la vida. Esa estatua es efímera si la comparamos con el aire que en vez de garantizarnos la vida nos puede precipitar hacia la muerte ya sea por la polución o por la pandemia. Aunque el nombre completo de esa célebre estatua es La libertad iluminando al mundo, lo cierto es que, durante esta pandemia, esa estatua sólo es un testigo que no ve a los muertos, un testigo que no escucha los lamentos de los que agonizan o de los que sobreviven, un testigo de cobre que no derramará una lágrima por tanta muerte. El mundo está oscuro nuevamente. Y ni siquiera New York, New York tiene suficiente luz para escapar de esa sombra que se ha extendido por toda La tierra baldía