viernes, noviembre 28, 2014

De cuando sin querer queriendo Chespirito me regaló un disco y varios libros


Roberto Gómez  Bolaños fue de esos genios que tienen  una personalidad con muchas dimensiones. A mí en lo particular, de esas dimensiones me encanta la de lector, la de aficionado  a la música y la de ciudadano del mundo.

Roberto Gómez Bolaños (1929-2014)
Un escritor es el reflejo de sus lecturas y la calidad de un texto depende del equilibrio entre la creatividad y la forma. Gómez Bolaños era un gran lector; y parte de su éxito fue traducir muchas tramas, estilos, leyendas y personajes de la cultura universal  y de la historia a un contexto más popular. Es un maestro que interpretó  y se apropió de la tradición y de las vanguardias haciéndolas digeribles a esa Latinoamérica llena de hombres que cambiaron  los fracasos de la vida campesina por fracasos urbanos.  Gómez Bolaños leía mucho; desde niño conocí su biblioteca  a través de sus personajes y tramas.  Sé que tenía un ojo muy pulcro por su obra titulada El Diario del Chavo; un libro al que no le sobran ni le faltan líneas. Creo que El Diario del Chavo es de esos libros que sólo pueden ser etiquetados como obra maestra.  Es un libro corto, un libro que ni siquiera trasciende las doscientas páginas, pero son páginas suficientes en las que el autor desarrolla una trama sobre un universo que conocía por completo como cada dios conoce su creación; sin embargo, poco más de ciento cincuenta páginas le fueron suficientes. Una lección queda muy clara con ese –como con cada buen-libro: uno no debe escribir todo lo que sabe sobre una trama; sino sólo aquello que  cumple los parámetros estéticos que el libro o unidad permite. 

No conozco toda la filmografía de Gómez Bolaños y también me falta  leer sus Memorias; ya le haré entrada a ambas cosas pues  él es uno de esos hacedores que tienen universos que dan ganas de conocer hasta dónde se puede.

No sólo en historia y literatura tuve muchas veces como fuente primaria a este genio. A Tchaikovsky y a Jean Jacques Perrey los conocí por Gómez Bolaños; eso se agradece sobre todo porque mi oficio es la música. Tchaikovsky siempre estaba en boca de un tío. Por mi tío yo sabía que Tchaikovsky aquí, y Tchaikovsky  allá, y Tchaikovsky esto, y Tchaikovsky lo otro; pero hasta que oí que un personaje de Gómez Bolaños lo mencionó me digné a escuchar todo lo que pude del tal Tchaikovsky. Desde entonces Tchaikovsky ya no estuvo sólo en boca del personaje y de mi tío.

A muchos les gusta la música electrónica; me acuso de ser de esos muchos y a la vez acuso a Gómez Bolaños de haberme inducido.  Cuando tomé mis primeras lecciones de piano en la Escuela Municipal, era todo un lío entregar una lección porque siempre estaba ocupado el piano de pared. Yo no tenía instrumento propio; pero por esa época le ayudaba a mi profesor a dar clases de guitarra en una academia privada y el tiempo libre lo usaba para estudiar en alguno de los teclados electrónicos o en el piano que había en esa escuela. Un día descubrí que una de las melodías que venían grabadas en un teclado electrónico era el tema de entrada de El Chavo del Ocho; sonaba muy diferente esa grabación con el tema del programa,  pero gracias a esa grabación descubrí que se trataba de un tema de Beethoven: Marcia alla turca Op. 113 n. º 4 según el registro del teclado.  Consulté con mi tío y con otras personas y fui conociendo muchas versiones de ese tema. Varios años después, cuando comencé a usar internet busqué la versión que salía al inicio del programa y me di cuenta que el tema musical de El Chavo del Ocho se llama  The Elephant Never Forgets y que es una versión que Jean Jacques Perrey hizo sobre el tema de Beethoven. Esa versión apareció en 1970 en un álbum llamado  Moog Indigo; y ese álbum es un capitulo fundamental en el Génesis de la música electrónica.   

Es obvio que muchos acontecimientos históricos,  al igual que mucho arte clásico y de vanguardia los habría conocido con o sin la obra de Gómez Bolaños; pero me siento eternamente agradecido con el maestro, pues gracias a él mi infancia de niño del tercer mundo pudo acercarse al mundo sin querer queriendo.

jueves, noviembre 20, 2014

Ayotzinapa B612

Algunos no entenderán si les dices faltan cuarenta y tres sombras,
faltan cuarenta y tres latidos sonando al unísono,
faltan cuarenta y tres latidos que rompían el silencio de la noche.

Algunos no entenderán si les dices faltan cuarenta y tres heraldos del fuego.
A esos quizás deberás decirles
faltan cuarenta y tres sujetos que pudieron pagar por algún producto.

Algunos verán cuarenta y tres pares de puños capaces de derribar estatuas, baobabs y muros.
A otros deberás decirles
faltan cuarenta y tres que debieron pagar algún tributo.

Hay otros a los que no podrás verlos a los ojos para decirles que falta uno. 
Hasta cuidar una flor es más fácil que decir faltan cuarenta y tres columnas vertebrales 
y eso es aún más fácil que decir: falta una luz prendida durante toda la noche.
 
Pero no importa lo que vea o lo que entienda cada uno.
Yo no estaba triste el día que vi el sol  ponerse cuarenta y tres veces.
Yo estoy odiando desde ese día que vi el sol ponerse cuarenta y tres veces en Iguala.

Yo no quiero una rosa, ni corderos, ni aves migratorias. 
Desde ese día, yo mismo falto cuarenta y tres veces

martes, agosto 26, 2014

Daniel setenta veces siete



Daniel Tragerman de cuatro años nunca cumplirá un solo año más; fue asesinado durante un ataque de Hamas contra Israel. Me duele su muerte como me duele la muerte de los niños a los que no les sé ni la edad ni el nombre. Me duele su muerte porque alguna vez tuve cuatro años. Me duele su muerte porque quiero y amo a gente que alguna vez tuvo cuatro años. Me duele su muerte porque amo a gente que todavía no llega a los cuatro años.

Para las estadísticas  es el primer niño que muere del lado de Israel durante esta ofensiva; sin embargo, eso no es importante. Importante sería que fuera el último niño que muere pero a ambos lados.
  
Daniel Tragerman podría haber tenido cuarenta años y su muerte igual  me seguiría doliendo. Este niño podría  haber sido una de las víctimas del comunismo que murieron durante el Holodomor e igual me dolería porque no se trata de nacionalidad, ni de momento histórico  y menos de la religión o ideología; se trata de la muerte de un inocente que fue  arrastrado por situaciones construidas muy lejos de su voluntad e inocencia. Se trata de la muerte de un pequeño que no volverá a ocuparse de algo tan simple como andar en bicicleta porque  durante un bombardeo le cerraron los ojos y le borraron la sonrisa de forma definitiva.
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Me duele no sólo la muerte de este pequeño, también me duele que no faltan los que  toman su deceso como un estandarte y argumento para sembrar más muerte y seguir repitiendo  la historia de Daniel Tragerman en el lado palestino. La muerte de este niño me duele no porque él  tenga el nombre de mi hermano menor.  La muerte de Daniel Tragerman me duele porque alguna vez tuve cuatro años y sé que después de esa edad hay muchas lágrimas y sonrisas que valen la pena.

Veo fotos de Daniel Tragerman y en serio que no me parece un objetivo militar; sólo era un pequeño con una sonrisota y con ganas de vivir setenta veces siete como seguramente lo han querido cada uno de los setenta veces siete niños que han caído en tantas guerras.
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Si la muerte de  Daniel Tragerman me duele por un par de noticias y un par de fotos no quiero ni siquiera imaginarme el dolor que sienten sus familiares y todos los que convivieron con  él. La madre de este pequeño dedeclaró al periódico Times of Israel: "Queríamos verlo crecer".  Esas  palabras me conmueven y  multiplican el dolor,  porque estoy seguro que a los más de cuatrocientos niños que han muerto del lado palestino también había alguien que los quería ver crecer.