viernes, febrero 19, 2010

De lo particular a la generalidad

Era muy común tener compañeros, amigos y familiares con mi mismo nombre, al menos con el primero. Lo de los familiares, es redundante cuando se viene de familias con no mucha imaginación; es frecuente que exista una tendencia a repetir los nombres de los antecesores. Y en serio, lo de amigos quizás parezca apresurado para cualquier adulto; cuando uno es adulto complica muchos los vínculos para decidir quién es y quién no es un amigo. Durante un tiempo corto pero bastante memorable, no se decide quién es y quién no; simplemente, o no se tienen, o se tienen. No importa sin con nombre distinto o con nombre igual al que hace que uno busque los ojos de quien lo ha dicho. Ya a esta altura, no importa si se tuvieron amigos o no, si no se tienen, o sí; esa palabra como todas, ya no significa lo mismo.

Con mi segundo nombre, que es con el que me siento más cómodo desde los catorce, sí que no ha sido muy frecuente toparme con alguien que también lo tenga, con un par de excepciones claro. Y esas excepciones, sí que hicieron que me convenciera que es nombre de gente mayor. Al primer Santiago, que conocí, fue en un programa para niños; en ese programa, había un ritual que ni en alcohólicos anónimos lo tienen hasta donde sé y recuerdo, y mi mamá y mi tía nos llevaron a mis primos y a mí para que abandonáramos uno de los vicios de ese entonces. Mi prima no necesitaba dejarlo, era un par de pares de años mayor que mi primo y yo, y ya no lo tenía. Nos llevaron, y en el lugar que lo filmaban, alguien dijo: Santiago. Me emocioné, y mi mamá dijo algo como: ya ves, otro niño que se llama Santiago. Y resultó que era el abuelo de alguno de los que llegaron al ritual de iniciación, y la familia de ese alguno, tenía más imaginación que la mía, no sé si el nieto de Santiago era niño o niña, pero no se llamaba Santiago. Así conocí uno, dos, tres coma puntos suspensivos coma ene Santiagos. Del universo de los Santiagos conocidos, al menos uno era más o menos niño o joven no siendo yo, y aunque era un tanto mayor si me pongo como parámetro, fue el referente más cercano. Lo conocí -bueno, ahora debo decir que lo vi- porque su padre le pidió que con la cámara, enfocará algo que no recuerdo, para mientras pasaba el sumo pontífice de la mitología que profesé por esos días. Fue así, como vi un Santiago sin canas, sin bigote, y sin calvicie y sin nietos.

Tengo angustia. En una de tantas veces que esperaba el bus, escuché Santiago, mirá, la luna, y el Santiago que se aferraba a los hombros de quien había hablado, dijo: la estrella.