miércoles, enero 21, 2015

Aproximación a la muerte



Cruzar la meta siempre es morir de nuevo. No importa la distancia que se haya recorrido antes de aproximarse a la línea final y no importa el cansancio que se siente, siempre durante los últimos momentos uno se llena de energía y resplandece a pesar de todo el trayecto tal como ocurre con los enfermos terminales y ancianos, quienes luego de un larga agonía experimenta un último momento de lucidez como si la enfermedad empezara a curarse. Esa mejoría tan evidente, es similar a la de un atleta cansado que se acerca a la meta y usa todas las energías  restantes y hasta las inexistentes para cruzar la meta y finalmente poder detenerse. El enfermo experimenta esa lucidez efímera dominado por un  deseo  de morir que se esconde en el subconciente mientras el consiente busca perpetuar la vida.  Así también, el atleta se apresura durante el último tramo para morir nuevamente, porque la resurrección se logra en una lucha a muerte con uno mismo y morir es un propósito forzado, una meta que nos alcanzará  si huimos, una meta que siempre nos encontrará si nos escondemos. 

Cuando la luz de una vela se va volviendo débil  y está próxima a desaparecer, tiene un momento en que se vuelve grande para luego apagarse de una vez por todas. Como esa vela, se suele aumentar el paso cuando la meta está cerca. Como esa vela, ocurrió con aquel ateniense que fue apagándose poco a poco para cumplir con  su destino; aquel guerrero resplandeció con sus últimas energías y gritó  Alegraos Atenienses, hemos vencido. Luego murió y nos mostró  de qué color es la luz de una vela cuando ya está apagada. Por eso,  me gusta pensar en la muerte como una meta que no sé adónde queda, una meta a la que puedo aproximarme al paso que yo he elegido. Sé que es mejor vivir con las pulsaciones aproximándose a la muerte, y no vivir una vida que es un espejismo; sólo así, a lo mejor y comprenda como el soldado ateniense, que la meta está después del último latido.