viernes, enero 15, 2010

Sospecho que de nuevo, eso está prohibido.

No sólo se firmó la paz, también se cerró el capítulo de la guerra fría del que fue parte nuestro país. Mis intenciones no son afirmar que la guerra fue consecuencia únicamente de la influencia mundial, pues había razones internas que aún están vigentes. Tampoco intento insinuar que porque prevalecen las causas, se debe llegar a las mismas consecuencias. Sólo quiero recordar. No sé si es lo que ocurrió, pero es lo que no estoy dispuesto a olvidar.

No sabía ni leer ni escribir. Nunca había besado, pero tenía miedo de morir. Sabía –y ahora también lo sé-que tanta muerte puede evitarse con la paz. Eso decían en el kínder. Yo sabía que la muerte no llegaba sólo por la guerra. Una tía (hermana de mi abuela) murió porque le dolía el corazón.

Tengo muy presente que antes de salir a vacaciones, la señorita- como le decía a una mujer que de seguro y hasta era abuela, y era mi profesora- dirigió una oración por la paz, pidió que no hubiese más muertos por la guerra. Me imagino, que ese tipo de oraciones eran muy frecuentes en muchos lugares. Yo sólo recuerdo esa.

El día que se firmaron los acuerdos de paz, lloré. En casa lloraban las personas mayores, no recuerdo haberme limpiado alguna lágrima, ni vi que alguien lo hiciera. No sabía que eran lágrimas, sí sabía qué era llorar. Lloraba muy seguidos por más o menos cosas que ahora. No sabía qué es una lágrima. Las sentía, y no necesitaba que fluyeran para llorar; aún es así, y entonces era mejor, no buscaba explicaciones para sentirlas. Si estaban o no estaban, como siempre, no son condicionantes para llorar.

En la televisión, vi algunas cosas sobre la firma de la paz, y no recuerdo lo que vi. Sé que fue algo que causó emoción y tranquilidad, y sé que mi mamá me despegó del televisor, no porque fuera algo bueno o algo malo lo que trasnmitían, sino, porque había cosas que debíamos hacer. Fuimos a casa de una tía( hermana de mi mamá). No sé qué pasó ahí, pero de seguro me comí algún tomate crudo como solía hacerlo cuando la visitábamos. Al regresar, mi tío- que quizás tenía la edad que ahora tengo- oía música con volumen muy alto, no era el único que lo hacía. En otras casas pasaba lo mismo. No sé qué era lo que escuchaban los vecinos, pero en mi casa sonaba algo que hasta antes de esa firma fue prohibido. Algo que fue una verdad, para algunos de los que vieron derrumbarse los sueños, y la esperanza del mundo por el que desaparecieron muchos. Entre esos muchos, estaba Luis Alonso, y desde que él formó parte de esos muchos, a mi tía le comenzó a doler el corazón.

viernes, enero 01, 2010

1910

(Intermedio)


Aquellos ojos míos de mil novecientos diez
no vieron enterrar a los muertos,
ni la feria de ceniza del que llora por la madrugada,
ni el corazón que tiembla arrinconado como un caballito de mar.

Aquellos ojos míos de mil novecientos diez
vieron la blanca pared donde orinaban las niñas,
el hocico del toro, la seta venenosa
y una luna incomprensible que iluminaba por los rincones
los pedazos de limón seco bajo el negro duro de las botellas.

Aquellos ojos míos en el cuello de la jaca,
en el seno traspasado de Santa Rosa dormida,
en los tejados del amor, con gemidos y frescas manos,
en un jardín donde los gatos se comían a las ranas.

Desván donde el polvo viejo congrega estatuas y musgos,
cajas que guardan silencio de cangrejos devorados
en el sitio donde el sueño tropezaba con su realidad.
Allí mis pequeños ojos.

No preguntarme nada. He visto que las cosas
cuando buscan su curso encuentran su vacío.
Hay un dolor de huecos por el aire sin gente
y en mis ojos criaturas vestidas ¡sin desnudo!


Federico García Lorca