lunes, enero 10, 2011

Sobre chalecos de colores y otras cosas pendientes

De Tony Saca quedó muy marcado esa característica que siendo presidente de la república fue incapaz de renunciar a ser presidente de ARENA; como todo ciudadano, no puede estar exento a participar, simpatizar o dirigir un movimiento político, argumentaban los que no consideraban incompatible el que tuviese ambos liderazgos. Saca hizo en este sentido nada innovador; al igual que los que le antecedieron, fue a la vez, el representante de toda la patria, y el máximo representante del partido con el que conquistó el poder Ejecutivo, partido que- como en todos los países que no son Cuba o algo parecido- no tiene la totalidad de respaldo electoral. No requiere que se argumente que el presidente de una patria tiene de trabajo algo así como representar los intereses de todos sus conciudadanos en las decisiones, discursos, negociaciones y etc; mientras que el presidente de un partido, debe liderar a un sector conformado por menos ciudadanos que la totalidad que conforman una patria.

Mauricio Funes fue desde antes de su campaña muy tajante con el margen que debe existir entre el rol de funcionario público y la vocación partidaria. Siempre se supo que él a diferencia de los presidentes anteriores no lideraría una gestión vistiendo el chaleco de un partido, y así ha sido hasta hoy. Ha mostrado mucho coraje, y ha evidenciado que no es un títere del FMLN y Sánchez Cerén como se afirmaba en la época de su candidatura. Eso sí, ahora que se está – como siempre- entrando a periodo de elecciones, es muy bueno que como Ejecutivo reitere su interpretación entre las obligaciones que tiene quien es una pieza del Estado y los derechos que a la vez tiene por ser un ciudadano. Este ideal tampoco es una base impermeable o un precepto suficiente para iniciar una casería de brujas, y tampoco es la peor de las alternativas a las que se puede recurrir para hacer una inquisición.

Es evidente que muchas de las alianzas electorales de la actual gestión no pudieron traducirse en alianzas políticas o gubernamentales, y Funes no puede pasarse todo su periodo destituyendo o renunciando a sus subalternos con la misma fórmula de pérdida de confianza que ya ocupó más de una vez, pues aunque eso sea cierto, es demasiado monótono repetirlo y repetirlo y repetirlo, y así evidenciar que hizo varios nombramientos equivocados según sus propósitos. En política y publicidad se debe recurrir a matices distintos aunque se esté tratando con las mismas variables; eso es algo que lo entiende- mejor que cualquiera- los especialistas de Casa Presidencial, y es algo que no debe ignorar si quiera un funcionario.

Lo de prohibirle a los funcionarios que hagan proselitismo hace pensar que es inevitable relacionar a la mayoría de los rostros principales de los ministerios y secretarías -y todo tipo de dependencias- con algún partido político, principalmente cuando estos funcionarios ocupan cargos de dirección en esos institutos ya sea porque no hay cuadros nuevos o porque se han acomodado a ser cabezas de estructuras burocráticas. Por tradición, los cargos públicos han servido para sobresaltar las banderas de los partidos y no la bandera de la patria-que dicho sea de paso es fea-. Desde todos los gremios han surgido voces atacando esa actitud electorera; pero es la primera vez que un presidente se pronuncia contra esto con tanta insistencia por agenda propia y por agenda mediática.

De Tony Saca quedó muy marcado esa característica que siendo presidente de la república fue incapaz de renunciar al liderazgo de ARENA, y de este partido se conoce el ideario, principios y escándalos pasados y escándalos en proceso. Uno oía hablar al presidente, y oía más que el ideal del pueblo salvadoreño, el ideal de un partido o de un sector de éste. Algo similar pasa con muchos de los empleados mayores del gobierno actual; hablan y es la voz de un partido o del otro la que se escucha, no la voz del gobierno; no al menos hasta que el presidente traduce lo que el funcionario en verdad quiso decir. Para el Ejecutivo es muy fácil exigirle a su equipo que esté al servicio de la patria a tiempo completo sin cadenas partidarias. También es fácil pedirles que guarden algún tipo de distancia de sus vínculos ideológicos, pues no hay que esforzarse mucho para ver en algún ministro no al funcionario, sino a un Jefe de Ideología, Jefe de Propaganda Sucia, etc. Y-de alguna forma- Funes quiere que se mantengan distantes; pues de mantenerse íntimamente ligados estarían favoreciendo los interese de un sector y no los de la patria. Para los ciudadanos, exigir que exista distanciamiento entre pequeños grupos y el Ejecutivo no es tan fácil. El Ejecutivo no sólo está afiliado a un partido por requisito electoral, también es el centro de un movimiento o asociación o lo que sea.

Con Saca uno pensaba ARENA, y luego, ¿República? , ¿Nacionalismo? , Neoliberalismo e ismos aledaños. Funes es en sí mismo el centro de un movimiento, y uno lo relaciona de inmediato con esa agrupación independientemente de que eso sea bueno malo. En cambio Amigos de Mauricio Funes no remite como la palabra ARENA a algún ideal; remite a una persona, y si uno escribe Amigos de Mauricio Funes en un motor de búsqueda muy pronto se encuentra con notas que hablan sobre concesiones que han recibido miembros notables de ese grupo, y como no son ni ministros ni secretarios están redimidos del peligro de que el Ejecutivo los acuse de favorecer intereses sospechosos por hacer proselitismo, por tener vínculos económicos oscuros o que los acuse de pérdida de confianza por ser amigos de cualquier alguien.