No debe dudarse que existen aquellos que hablan de milagros con plena conciencia de que mienten, y también están los que lo hacen porque sí creen en eso y hasta les llaman- o hablan de ellos a través de- testimonio. Es decir; que los unos hablan de milagros por ingenuos, y los otros por pillos. No es tan necesario saber si el desarrollo racional o algún tipo de ambición son las causas que les motivan a hablar de esas cosas en el templo, en la plaza o donde sea. Es necesario nunca olvidar, que para ambos casos, los protagonistas no merecen más que la sospecha; a la larga, tanto el pillo como el ingenuo pueden pretender lo mismo.
Esos que en verdad creen haber sido bendecidos con milagros, son seres que asimilaron de forma eficaz la consigna oculta de la fe cristiana, esa que versa: engañarás al prójimo como a ti mismo. Esos seres, son capaces de afirmar que el creador los puso en el centro del universo para resolverles los problemas o cumplirles los caprichos, y de seguro, intentarán doblegar al prójimo por muchos medios para lograr lo que pretenden; después de todo, tienen convicción de haber sometido a lo que consideran supremo, y con igual o más autoridad se sentirán para imponer su deseo sobre el prójimo que es efímero y nunca tan eterno como ese sirviente que los hombres de fe tienen en el cielo.
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