viernes, enero 10, 2014

De cuando asesiné a mi abuelo


Sábado                
Amanecí con ganas de ponerme como foto de perfil  una foto de mi abuelo, y no es "sólo una foto", sino que es la foto en que se resume una de las mejores etapas de su vida, o al menos una de las etapas de las que mejores recuerdos y más orgullo hay en la memoria de mi mamá.  En esa foto, al fondo se ve su lugar de trabajo;  me encanta que el abuelo está vistiendo un traje tan elegante como él, y  en su rostro tiene esa calma y satisfacción tan propia de quien acaba de fumar un cigarrillo luego de haber hecho el amor con una mujer mucho más joven, una mujer ejemplar tanto en cuerpo como en palabras.  Al abuelo no sé si le gustaba fumar, pero era bueno con las mujeres y las tuvo de todo tipo según sé. Tuvo desde esas señoritas  que escapan de un colegio de monjas para sangrar en un cama miserable sobre un hombre miserable; en fin, mi abuelo tuvo desde esas señoritas de sociedad hasta mujeres que simplemente quedaban deslumbradas por su mucha clase y educación que eran muy relativas, pues no tuvo formación académica y era de clase muy pero muy baja; eso sí,  fue de esos hombres a los que la clase no les viene dada por apellido, el fue muy educado y elegante por haber moldeando su carácter con mucha vocación y firmeza. El abuelo era un autodidáctica desde lo más básico hasta temas propios de los intelectuales con los que fue contemporaneol. El asunto es que yo quería poner  la foto de perfil el lunes muy temprano, pero había que escanearla antes y en mi casa no tengo escáner y por eso la llevé al trabajo.

Al abuelo lo conocí cuando yo tenía unos cuatro años, vino unos cuántos días al país y dormía en casa de la tía Lola, su hermana. Cuando entré a casa de la tía, el abuelo comía jocotes, ese es el primer recuerdo que tengo de él, no sé qué habrá pensado él; yo sabía que estaba conociendo al intelectual, al cosmopolita, a la oveja negra de la familia y sin embargo no sabía ninguna de esas palabras, pero sé que así fue, sé que sentí ese respeto de cuando uno va en el mismo vuelo con el Director de la Sinfónica Nacional y quiere saludarlo y se pasa el vuelo  y no saluda. A mi abuelo seguramente lo saludé, quizás  y hasta hubo algún abrazo y a lo mejor ocurrieron tantas de esas cosas que pasan en situaciones como esa. La verdad es que el cerebro no recuerda mucho, pero el corazón recuerda en un lenguaje que sólo entiendo lo suficiente como para sentir algo que está entre la alegría y la nostalgia.
De esa vez que mi abuelo vino al país, sólo recuerdo que lo vi de noche en la casa de la tía.  Unos años más tarde, el abuelo volvió al país; volvió en silla de ruedas.

Antes de que volviera  al país, el siguiente recuerdo que tengo de mi  abuelo es un carro amarillo de baterías que me regaló, era amarillo, de carreras y a control remoto. Puedo cerrar los ojos y ver el control en mis manos y hago que el carro se mueva, mi abuelo está lejos pero respira; luego abro los ojos  y el carro y el control desaparecen. Mi abuelo no me dio ese regalo, no vino al país para entregármelo, lo envío con alguien más y me dieron ese carro amarillo en la casa de otra tía, y yo jugando con ese carro es el mejor de los recuerdos en la casa de esa tía. Jugué mucho, pues recuerdo que seguí jugando con el carro amarillo al volver a mi casa. Consrevo el recuerdo, pero no el carro amarillo. Es triste pero lo guardé y luego lo encontro mi abuela y se lo regaló a uno de mis primos; yo lo guardaba como un tesoro pero ese es otro cuento.

Mi abuelo sobrevivió a un derrame cerebral,  y al salir de la etapa más crítica vino  a vivir con nosotros (nosotros somos mi mamá y yo). El abuelo  era muy exigente, así que encielaron el cuarto quen estaba destinado para que durmiera, lo pintaron, y llevaron una cama nueva. Fueron días difíciles para todos, pero esa vez que vino, lo fuimos a traer al aeropuerto y cuando me vio, mi tío que lo acompañó en ese viaje le dijo: Papá, es Santiago; Santiago, el hijo de Estela. Mi abuelo me abrazó, me tocó la cabeza y lloramos como dos amigos que se encuentran luego de varios años.  La sangre tiene una fuerza como de imanes, desde antes que me presentaran estaba llorando, y si lloraba era porque su memoria estaba más lúcida que su boca. Le costaba comunicar lo que deseaba, él decía: yo no sé las palabras , fijate. Era duro oír ese tipo de frase del hombre que me heredó un diccionario. Mi abuelo siempre fue un hombre libre, y ahora su libertad estaba limitada por una silla de ruedas.

Cuando yo estaba en el primer año de colegio, dejaban listas de palabras para que uno buscara las definiciones  en el diccionario, todos los niños tenían diccionarios pequeños y con portada a colores,  los llevaban al colegio y yo en cambio tenía un diccionario en blanco y negro que sólo podía usar en casa y más que un diccionario eso era una biblia para mi mente tan pequeña, es más, era un libro aún más grueso que la biblia, y yo le decía a mi mamá:  mamá, la profesora dijo que buscara las palabras en el diccionario , no en  la biblia. A mi mamá le tocó explicarme en muchas ocasiones que no era la biblia, que era el diccionario del abuelo.  Mis compañeros copiaban el significado de las palabras en una línea y a mí me llevaba la legión de putas con todas las letras que definían una palabra en el diccionario de mi abuelo. Ese es el único recuerdo claro que tengo de hacer tareas con mi mamá, y nunca imaginé que el dueño de ese diccionario tendría problemas con las palabras. Creo que ese diccionario me condenó a la lectura, pues siempre supe que el abuelo era un hombre amante de las letras, del vino, de las mujeres, de las motocilcetas y de las palabras. La sangre tiene fuerza como de imanes; pero mi abuelo tenia las piernas  y los brazos débiles, su cerebro y su  boca ya no se coordinaban bien pero sus latidos estaban intactos. Lo supe porque su voz se quebraba;  porque aunque los cerraba, sus ojos estaban húmedos.

Amanecí con ganas de ponerme como foto de perfil  una foto de mi abuelo y la llevé al trabajo para escanearla, se pasó el día y no lo hice; eso sí, la mostré a mi jefe y a la señora de la cafetería. Les hablé sobre mi abuelo como un niño que habla sobre su héroe, y aunque ya no soy un niño mi abuelo es mi héroe. Les mostré la foto como quien muestra un tesoro. Se pasó la jornada de trabajo del día sábado y regresé a casa recordando si había dejado la foto en un lugar seguro por eso de las lluvias y los tejados dañados, y sí, estaba seguro que no estaba en un lugar de riesgo, aparte estaba adentro de un libro y si algo se jodía seria el libro y que se jodiera ese libro estaba difícil pues aparte de grueso, estaba en una caja y la caja estaba guardada en un lugar seguro, y la foto estaba en medio de sus páginas. Me sentí seguro que no pasaría nada ni con la foto ni con el libro pero extrañaba esa foto de mi abuelo que siempre mantengo al borde de un espejo. 

Domingo
Corrí poco más de media maratón como entreno y no fui por la fotografía de mi abuelo, pensé muchas veces irla a traer no por la seguridad de la foto, sino porque lunes sería el día del padre y quería amanecer con una foto de mi abuelo como foto de perfil.

Lunes
Inició la semana, y a primera hora estaba en mi trabajo. Sólo fui por la foto, pero tuve que escanearla en otro lugar y luego me vine para la casa, pues debía trabajar hasta en la tarde.

Antes de venir a mi casa pasé escaneando la foto. Cuando entré a mi casa  puse como foto de perfil  una foto de mi abuelo, y esa fue mi forma de celebrar el día del padre. Justo cuando cambié la foto de perfil, un tío me habló por teléfono pues había visto que yo puse de foto de perfil  una foto de mi abuelo;  mi abuelo acababa de morir hace unos momentos. 

Mi tío no sabía si darme la noticia,  el pésame o si pedirme información o qué. Hablando se entiende la gente, y hablando me di cuenta que era un día para nada alegre. Yo quería ponerme  como foto de perfil  una foto de mi abuelo para  así de alguna forma homenajearlo en el día del padre; por Dios que yo no quería asesinarlo.

No hay comentarios: