miércoles, abril 02, 2014

Del deseo a los pedales



A Miguel , Vera, Claudia  por  prestarme  esa brújula hacia la locura
y a Silvio(sí, ese Silvio)

Desplazarse en bici al trabajo, a la escuela, o a donde se quiera  tiene muchos beneficios que no me interesa argumentar; basta con decir que se sonríe, y digo que basta decir eso  no porque eso sea lo  único y suficiente, sino porque la bicicleta tiene beneficios y usos polisémicos que permiten que cada usuario interprete y experimente desde el contexto que más le dé la gana, que más le sea útil. Mi gana es sonreír mientras me desplazo por la ciudad. 

Creo que estoy mintiendo, porque vivo en un pueblo con aspiraciones metropolitanas; pero igual, es un pueblo en que los conductores aspiran a ser tan hostiles, fríos e irrespetuosos a  como se dice  que son los conductores en el estresante tráfico de las ciudades, y creo que no sólo aspiran, creo que también lo consiguen.

Durante varios años, los miércoles, sino bien todos, pero sí muchos, me ha tocado ir a la capital por motivos varios.  Me he desplazado como peatón, como copiloto, como usuario de taxi, como usuario de autobuses; pero  finalmente me desplacé como ciclista y aunque no puedo recordar la primera vez que anduve caminando por la capital, aunque no puedo recordar la primera vez  que anduve en bus, la primera vez en carro, la primera vez en taxi; estoy seguro que la primera vez en bici se queda como uno de esos recuerdos propios de un inicio, propios de una fundación. 

Estoy acostumbrado a rodar día a día en mi pueblo con aspiraciones de metrópolis, y me toca compartir calles estrechas con automovilistas, motociclistas, peatones, ciclistas y etc.  No tengo mucho margen de movimiento horizontal pues la calzada es estrecha, y cuando me rebasan pido que mi abuela esté rezando por mi alma; pues en serio que se convive con imprudentes y gente a prisa que a lo mejor piensan que los ciclistas estamos hechos de algún material irrompible.  Si algo es irrompible en todo esto, es la terquedad por desplazarse de forma alternativa por las calles, pero esa terquedad no puedo prolongarla  para viajar  a la capital porque la distancia  de mi casa a la capital es como para hacer ciclismo de ruta, no ciclismo urbano. En la capital  no había forma de conseguir una bici ya fuera rentada, prestada o robada; por otra parte, el sistema de buses en el que viajo  desde mi  pueblo chico/infierno grande no ofrece alternativas para llevar una bici; podría irme en bus hacia la capital, llevarme una bicicleta plegable  y listo, pero para eso no me da el presupuesto, así que tenía que aguantarme a moverme en bus; por fortuna,  ahora miércoles 2 de abril de 2014, sabía que al bajarme del bus me esperarían con una bicicleta.  Eso sí, no me bajé en la capital, sino en uno de los  pueblos con aspiraciones urbanas que está  a un par de kilómetros de la capital.
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Me  puse el casco, me subí a la bici, y nos desplazamos hasta la capital donde de forma voluntaria toco con una orquesta de guitarras. Tuve la dicha de tener no una, sino dos compañeras que me guiaron por las calles estrechas de ese pueblo con ego de metrópolis; avanzamos hasta la capital, y me llevaron a mi lugar de ensayo.  Luego me acompañaron a  una de las zonas más exclusivas de la capital para ver unos zapatos  de ciclismo de ruta, luego fuimos a una reunión en la que conocí a alguien que se desplaza como cuatro veces lo que yo me desplazo para ir a su trabajo, luego fuimos a una tienda de bicis en una de las zonas más conflictivas de la ciudad, finalmente fuimos a tirarnos bajo un árbol y a comer minutas en un parque.  Entre todos esos puntos en el itinerario que recorrí hoy, comprobé que es posible moverse en una ciudad con muchos carros, hasta es posible desplazarse de forma horizontal es una misma calle, y sé que con eso se debe tener cuidado pues los automovilistas son gente y los ciclistas somos perros, y como perros que somos al igual que un perro debemos reaccionar ante el claxon de un automóvil, humillándonos, huyendo y sobre todo recordando que somos inferiores y que  por lo tanto, los daños y las  consecuencias  que podemos sufrir son producto de nuestra desobediencia a un pito; pero eso es otro asunto, y si cito la metáfora es porque una ciclista muy brillante la dijo hoy, y me ayudó a expresar algo que todos los ciclistas sufrimos.

En cualquier calle los ciclistas estamos expuestos a muchos riesgos, pero los ciclistas son tercos, y hace exactamente una semana me desplacé como peatón por la capital, y cada vez que veía a un ciclista me emocionaba, me palpitaba la terquedad. Siempre que he visto ciclistas por las calles de la capital me he quedado sorprendido,  y  desde que practico ciclismo urbano  vi  como algo muy utópico que yo pudiera rodar por la capital; pero  ahora eso fue posible. Dos ciclistas me hicieron avanzar hacia esa utopía proporcionándome una bici, acompañándome, guiándome y  educándome en eso de pedalear entre tantos autos, motos, buses, peatones y etc. Dos compañeras  me  hicieron avanzar hacia una utopía, y avanzar hacia una utopía se llama revolución, y cuando se hace una revolución escoltado por dos  enfermas mentales se sonríe mucho.  Fue tan grandiosa esa primera vez por la capital, que cuando recuerdo siento envidia de mí mismo por tan buena experiencia con compañeras tan increíbles.  

Desplazarse en bici tiene muchos beneficios que no me interesa argumentar. Muchas experiencias que a lo mejor luego  o nunca me dé la gana  escribir. Me gusta que cada uno tenga sus propios argumentos; yo me quedo  con que se sonríe y también creo que cada uno merece sus propias experiencias. Sin divagar más, lo cierto es que  sí esta terquedad pasó del deseo a los pedales, fue gracias a que todavía existen personas que creen en la locura, personas que saben que otro mundo es posible, pero en bici.

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