martes, abril 22, 2014

Tres ensayos sobre los hombres de pasos tercos, la soledad y otras cosechas*

I
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"Gabriel García Márquez entre todas las cosas que le legó a la literatura, 
dio vida a un sinfín de personajes que traían en su esencia una nota común: 
jamás perdían la esperanza en algo, 
por muy transcendental o muy absurdo que fuere

Ronald Orellana

Siempre dudé si Melquiades nos condenó  a tener un destino irrenunciable, o si solo escribió sobre  el paraje al que nos llevarían esos caminos que cada uno anduvo con los pasos de siempre; esos pasos de antes  y después de los primeros latidos, esos pasos de los días cuando las cosas debían ser señaladas por carecer de nombre. Esos pasos que fueron los mismos cuando el hielo ya no causó asombro, esos pasos de cuando la sangre derramada en las guerras fue sólo un rumor antiguo,  esos pasos que de día o de noche fueron los mismos. Esos pasos que  se repitieron aún cuando el corazón se quedó quieto porque las obsesiones de los condenados prevalecen hasta después de la muerte.

Siempre dudé porqué Melquiades era tan propio y tan lejano ante nuestra sangre y sus aficiones; pero parece que el pasado es una mentira en la medida que se marchan los que vieron esa gloria de la que no quedan siquiera ruinas;  por eso,  Melquiades no necesitaba marcharse ni se apresuraba, sabía que en el pasado como el futuro las lágrimas son siempre lágrimas. La memoria es infinita, tiene muchas estaciones pero no existen los caminos de regreso; después de todo, los  pasos siempre son los mismos pasos, y el caminante raras veces se detiene para elegir uno de los cuatros caminos; los cuatro puntos cardinales son tres: el invierno y la primavera, Melquiades no necesitó elegir o  ir de regreso por alguno de los caminos, en sus manos convergieron todos los tiempos y todas las estaciones. A Melquiades le daba igual el invierno o el sur, La primavera  o el norte; pero   Gabriel como  todos los de su estirpe sentía nostalgia por las primaveras antiguas porque siempre supo que las primaveras venideras serán como un invierno de lágrimas. La más bella de las primaveras fue cuando en todas las casa había guacamayas, y todas  las guacamayas cantaban en el mismo tono y a la mis a hora; pero toda primavera antigua es una estación irrecuperable  como irrecuperables son los cadáveres que fueron arrojados al mar.

Siempre dude de muchas cosas, pero siempre he estado seguro  que Gabriel ha disfrutado condenándonos a la locura mientras espera que vuelvan las primaveras antiguas; así lo hizo con cada uno de nosotros, nos condenó a tener esperanzas  en cualquier algo sin importar que tan absurdo o trascendental fuera ese destino, ese paraje.  A la larga no sé si fue Melquiades, Gabriel o algún otro dios; pero  alguno  de ellos me metió la idea de  huir del recuerdo  de Remedios  intentando amar la guerra,  intentando amar el exilio, intentando amar los pescaditos de oro. Alguno  me hizo creer que lograría matarla buscando mi propia muerte. Finalmente me aconteció la muerte y aquí estoy de nuevo gastando mis pensamientos en Remedios.
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II
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Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.

No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.

También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y de blancos días.

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonía?



Jorge Luis Borges


Cuando Melquiades escribió los pergaminos en sánscrito, dejó detallado que mi madre moriría durante el Viernes Santo, y que resucitaría al tercer día. Entre la muerte y la resurrección, mi madre se reuniría en el cielo con Remedios la Bella, quien le revelaría que los suyos no tendrían segunda oportunidad sobre la tierra. Un día después de resucitar, justamente ese día que los  curas y conservadores llaman Lunes de Pascua, mi madre quemaría los pergaminos durante las primeras horas; sin embargo, Gabriel se negó  a dejarlo así y  creyó  que era más conveniente hacer que mi madre muriera Jueves Santo para evitar que regresara de la muerte. Mi madre,  según la voluntad de Melquiades,  sería la primera en escuchar el viento que arrasaría con la ciudad de los espejos, no dé por gusto su voluntad la había vuelto ciega. Es conocido por los hombres que un creador no  provoca las calamidades sin destinarles un propósito supremo. Mi madre anunciaría la condena, y el Aureliano de ese tiempo creería en su palabra hasta descifrar los pergaminos; pero no fue así, y  mi madre murió esperando  ver a uno de su estirpe con cola de cerdo. Ella sabía que los abuelos no mintieron; aunque nacimos y fuimos bautizados como cristianos y no como aberraciones, ella comprendió que los pasos de los hombres se repetían de forma interminable, que los dioses no sólo castigan con colas de cerdo, sino que los dioses también castigan con pasos que se repiten, con pasos que son necios.

Entre los necios mi padre  fue el más disciplinado; fue el primero en descifrar los pergaminos en sánscrito, luego estudió latín y hebreo pero Melquiades le negó los pergaminos en hebreo porque los había reservado para mí. Luego mi padre perdió la cordura. Algunos podrían decir que mi padre enloqueció al descubrir que la realidad es un espejismo que acontece entre la imaginación, la  voluntad y el deseo de los pergaminos de un ser supremo; pero no fue así, si terminó amarrado  a un árbol fue únicamente por la voluntad de Gabriel, no por haber colapsado al haber descifrado la dinámica de los necios. 
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III
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“Los religiosos esperan el destino en la mano de los dioses,
los supersticiosos confían su muerte al azar,
los hombres libres  se acercan con cada paso  hacia su destino, 
los hombres de letras escriben su final”

Luis Alonso Recinos


La voluntad de Gabriel, pareciera ser el deseo y la terquedad de todos  los que han padecido la soledad de esta tierra nueva; al menos así suele leerse en los pergaminos escritos en hebreo que me entregó Melquiades.  Me habría gustado que mi madre muriera Viernes Santo, pero Gabriel la asesinó Jueves para asegurarse su deseo y voluntad. Según los escritos de Melquiades, Gabriel moriría el mismo día que mi madre y al igual que ella resucitaría al tercer día;  eso sí, aunque de muertes iguales,  a ambos los esperaba un cielo distinto. Entre el día de la muerte y la resurrección,  Gabriel se reuniría con su abuela que le contaría las mismas historias, los mismos cuentos y  las mismas ocurrencias que lo entretuvieron durante la infancia. Gabriel Decidió la muerte de mi madre para Jueves Santo, así ni él ni ella sufrirían de muerte o resurrección paralela.  Todo hecho única y exclusivamente para cumplir con su voluntad y deseo, pues  pudo haber elegido resucitar, pero decidió matar y morir durante Jueves Santo.

Uno no se muere cuando debe, sino cuando puede. Esa mujer  que viste de azul y  tiene el cabello largo, esa mujer de aspecto un poco anticuado, esa mujer a la que llaman muerte;  visitó a Gabriel un día antes del viernes. Entonces, lo tomó  de la mano para ponerle una sortija.  Esa sortija era la misma que él  había empeñado para comprar el algoritmo de la vida eterna; es cierto  que logró comprar la eternidad, pero como consecuencia colateral se ganó la admiración de los miserables. Esos miserables que no son capaces de pronunciar una palabra que fuera un laberinto, un nudo o un  crucigrama como aquellas palabras que salían de la boca de su abuela; miserables que repiten sus pasos sin descifrar las voces  incansables de  los espejos.

Pudo haber elegido resucitar, pero decidió matar y morir para asegurarse una eternidad  escuchando  las historias, los cuentos y  las ocurrencias  que le acompañaron desde antes del amor, desde  de antes del plomo que lo olibgó a encontrar el  Caribe en otras tierras, desde antes de la vida;  desde antes de esas páginas que sólo supieron poblarse de soledad.  

·      *Estos tres ensayos, originalmente  fueron publicados por el Coronel Aureliano Buendía  en el periódico Le Monde en la edición correspondiente al  17 de  agosto de 1959, esta es la primera vez que se publican en español gracias a una traducción de Thierry Davo; editor que junto al Coronel prepara  “Las obras completas de Melquiades”,  serie de  setenta veces siete libros que serán publicados en la colección “Fuego perpetuo” de la editorial Alejandría.

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