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"Gabriel García Márquez entre
todas las cosas que le
legó a la literatura,
dio vida a un sinfín de personajes que traían en su
esencia una nota común:
jamás perdían la esperanza en algo,
por muy
transcendental o muy absurdo que fuere”
Ronald Orellana
Siempre dudé si Melquiades nos
condenó a tener un destino
irrenunciable, o si solo escribió sobre el paraje al que nos llevarían esos caminos
que cada uno anduvo con los pasos de siempre; esos pasos de
antes y después de los primeros latidos,
esos pasos de los días cuando las cosas debían ser señaladas por carecer de
nombre. Esos pasos que fueron los mismos cuando el hielo ya no causó asombro,
esos pasos de cuando la sangre derramada en las guerras fue sólo un rumor
antiguo, esos pasos que de día o de
noche fueron los mismos. Esos pasos que se repitieron aún cuando el corazón se quedó
quieto porque las obsesiones de los condenados prevalecen hasta después de la
muerte.
Siempre dudé porqué Melquiades
era tan propio y tan lejano ante nuestra sangre y sus aficiones; pero parece
que el pasado es una mentira en la medida que se marchan los que vieron esa
gloria de la que no quedan siquiera ruinas; por eso, Melquiades no necesitaba marcharse ni se
apresuraba, sabía que en el pasado como el futuro las lágrimas son siempre
lágrimas. La memoria es infinita, tiene muchas estaciones pero no existen los
caminos de regreso; después de todo, los
pasos siempre son los mismos pasos, y el caminante raras veces se
detiene para elegir uno de los cuatros caminos; los cuatro puntos cardinales
son tres: el invierno y la primavera, Melquiades no necesitó elegir o ir de regreso por alguno de los caminos, en
sus manos convergieron todos los tiempos y todas las estaciones. A Melquiades
le daba igual el invierno o el sur, La primavera o el norte; pero Gabriel como todos los de su estirpe sentía nostalgia por las primaveras antiguas porque siempre supo que las primaveras
venideras serán como un invierno de lágrimas. La más bella de las primaveras
fue cuando en todas las casa había guacamayas, y todas las guacamayas cantaban en el mismo tono y a la mis a hora; pero
toda primavera antigua es una estación irrecuperable como irrecuperables son los cadáveres que
fueron arrojados al mar.
Siempre dude de muchas cosas,
pero siempre he estado seguro que
Gabriel ha disfrutado condenándonos a la locura mientras espera que vuelvan las
primaveras antiguas; así lo hizo con cada uno de nosotros, nos condenó a tener
esperanzas en cualquier algo sin importar que tan absurdo o trascendental fuera ese destino,
ese paraje. A la larga no sé si fue Melquiades,
Gabriel o algún otro dios; pero alguno de ellos me metió la idea de huir del recuerdo de Remedios intentando amar la guerra, intentando amar el exilio, intentando amar los
pescaditos de oro. Alguno me hizo creer que lograría matarla buscando
mi propia muerte. Finalmente me aconteció la muerte y aquí estoy de nuevo
gastando mis pensamientos en Remedios.
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II
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Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.
No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.
También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y de blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonía?
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.
No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.
También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y de blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonía?
Jorge Luis Borges
Cuando
Melquiades escribió los pergaminos en sánscrito, dejó detallado que mi madre
moriría durante el Viernes Santo, y que resucitaría al tercer día. Entre la
muerte y la resurrección, mi madre se reuniría en el cielo con Remedios la
Bella, quien le revelaría que los suyos no tendrían segunda oportunidad sobre
la tierra. Un día después de resucitar, justamente ese día que los curas y conservadores llaman Lunes de Pascua,
mi madre quemaría los pergaminos durante las primeras horas; sin embargo, Gabriel
se negó a dejarlo así y creyó que
era más conveniente hacer que mi madre muriera Jueves Santo para evitar que
regresara de la muerte. Mi madre, según
la voluntad de Melquiades, sería la
primera en escuchar el viento que arrasaría con la ciudad de los espejos, no dé
por gusto su voluntad la había vuelto ciega. Es conocido por los hombres que un
creador no provoca las calamidades sin
destinarles un propósito supremo. Mi madre anunciaría la condena, y el
Aureliano de ese tiempo creería en su palabra hasta descifrar los pergaminos;
pero no fue así, y mi madre murió
esperando ver a uno de su estirpe con
cola de cerdo. Ella sabía que los abuelos no mintieron; aunque nacimos y fuimos
bautizados como cristianos y no como aberraciones, ella comprendió que los
pasos de los hombres se repetían de forma interminable, que los dioses no sólo
castigan con colas de cerdo, sino que los dioses también castigan con pasos que
se repiten, con pasos que son necios.
Entre los
necios mi padre fue el más
disciplinado; fue el primero en descifrar los pergaminos en sánscrito, luego estudió latín y hebreo pero Melquiades le negó los pergaminos en hebreo porque los había reservado para mí. Luego mi padre perdió la cordura. Algunos podrían decir que mi padre enloqueció al
descubrir que la realidad es un espejismo que acontece entre la imaginación,
la voluntad y el deseo de los pergaminos
de un ser supremo; pero no fue así, si terminó amarrado a un árbol fue únicamente por la voluntad de
Gabriel, no por haber colapsado al haber descifrado la dinámica de los necios.
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III
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“Los religiosos esperan el destino en la mano de los dioses,
los supersticiosos confían
su muerte al azar,
los hombres libres se acercan con cada paso hacia su destino,
los
hombres de letras escriben su final”
Luis Alonso
Recinos
La voluntad
de Gabriel, pareciera ser el deseo y la terquedad de todos los que han padecido la soledad de esta
tierra nueva; al menos así suele leerse en los pergaminos escritos en hebreo
que me entregó Melquiades. Me habría
gustado que mi madre muriera Viernes Santo, pero Gabriel la asesinó Jueves para
asegurarse su deseo y voluntad. Según los escritos de Melquiades, Gabriel moriría
el mismo día que mi madre y al igual que ella resucitaría al tercer día; eso sí, aunque de muertes iguales, a ambos los esperaba un cielo distinto. Entre
el día de la muerte y la resurrección, Gabriel se reuniría con su abuela que le
contaría las mismas historias, los mismos cuentos y las mismas ocurrencias que lo entretuvieron
durante la infancia. Gabriel Decidió la muerte de mi madre para Jueves Santo,
así ni él ni ella sufrirían de muerte o resurrección paralela. Todo hecho única y exclusivamente para
cumplir con su voluntad y deseo, pues pudo haber elegido resucitar, pero decidió
matar y morir durante Jueves Santo.
Uno no se
muere cuando debe, sino cuando puede. Esa mujer que viste de azul y tiene el cabello largo, esa mujer de aspecto
un poco anticuado, esa mujer a la que llaman muerte; visitó a Gabriel un día antes del viernes.
Entonces, lo tomó de la mano para
ponerle una sortija. Esa sortija era la
misma que él había empeñado para comprar
el algoritmo de la vida eterna; es cierto que logró comprar la eternidad, pero como
consecuencia colateral se ganó la admiración de los miserables. Esos miserables
que no son capaces de pronunciar una palabra que fuera un laberinto, un nudo o un crucigrama como aquellas palabras que salían
de la boca de su abuela; miserables que repiten sus pasos sin descifrar las
voces incansables de los espejos.
Pudo
haber elegido resucitar, pero decidió matar y morir para asegurarse una
eternidad escuchando las historias, los cuentos y las ocurrencias que le acompañaron desde antes del amor,
desde de antes del plomo que lo olibgó a encontrar el
Caribe en otras tierras, desde antes de la vida; desde antes de
esas páginas que sólo supieron poblarse de soledad.
· *Estos tres ensayos, originalmente fueron publicados por el Coronel Aureliano
Buendía en el periódico Le Monde en la
edición correspondiente al 17 de agosto de 1959, esta es la primera vez que se
publican en español gracias a una traducción de Thierry Davo; editor que junto
al Coronel prepara “Las obras completas
de Melquiades”, serie de setenta veces siete libros que serán
publicados en la colección “Fuego perpetuo” de la editorial Alejandría.
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