lunes, enero 16, 2017

Veinticinco años de institucionalizar la violencia a través de la paz que terminó al mes catorce

"¨Polvo fuimos y polvo somos: polvo en las aguas
como polvo en los cielos; polvo sobre esas franjas
de esa bandera alzada entre sombras y huesos.¨

Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces debería cambiarse a escucharé de lo que presumes y te diré de lo que careces. Eso en cuanto a individuos; pero  en temas de nación, las festividades por los 25 años de la firma de los Acuerdos de Paz, hacen pensar que ese refrán aguanta con una variación que puede ser algo así  como Patria, dime  lo que celebras para saber qué te falta.  

Por el deterioro social y la realidad  a la que cada uno se enfrenta de forma cotidiana, es comprensible que entre los salvadoreños las palabras paz y reconciliación sean huecas  y absurdas. No se puede celebrar la conquista de algo de lo cual nunca se ha gozado. 

El cese al fuego entre el ejército y guerrilla debe celebrarse, pero la paz y reconciliación  no existirán mientras sigan vigentes las causas que llevaron al conflicto armado. El pueblo salvadoreño tiende a dividirse incluso por equipos de futbol en los que no juega ningún connacional. De las pocas cosas que unen a este pueblo, una de las más miserables es el miedo tan propio de cuando no existe paz. Ese miedo  y el descontento con las celebraciones oficiales se relacionan de forma muy estrecha.

Las cúpulas partidarias están unidas en torno a que no importa si son de izquierda o de derecha, siempre coinciden en que quieren conservar los privilegios que afectan a la justicia y finanzas de toda una patria. No son pocos los militantes de ambas corrientes que esta complicidad la conciben como traición.

Los líderes de la izquierda oficial llama a sus bases a celebrar las conquistas y reivindicaciones que nunca se lograron para ¨las grandes mayorías¨. Les es más conveniente así, pues de llamarlos a combatir tendrían que hacerlos combatir contra ellos que llevan una vida distinta a sus viejos principios, manifiestos y estatutos; una vida coherente a los hábitos y costumbres que tanto repudiaron entre sus antes opuestos y desde hace mucho iguales.  Si  acaso llaman a sus bases a que se unan, es para pedirles el voto, para pedirles que los apoyen para perpetuarse en el Poder pero no más.  

Entre los líderes de la derecha, algunos ya se acostumbraron a compartir el pastel con la izquierda domesticada, otros incluso los han convertido en sus socios. Incluso es frecuente, que la corrupción de la izquierda la señalen más con envidia que con ánimo de justicia. Parece que lo que lamentan no es la corrupción, parece que  lamentan que son otros los que se benefician de ésta.  

Sería tonto pretender que el 16 de enero de 1992 signifique lo mismo para toda la sociedad. No existen hechos históricos de significado único. Sin embargo esta fecha unió  a muchos en complicidades, a otros en miedos y a otros en esperanzas. 

Cada momento histórico tiene al menos dos interpretaciones que pueden considerarse antagónicas, dialécticas o duales.  La conmemoración del acuerdo logrado en el Castillo de Chapultepec no es excepción. En el imaginario oficialista, a través de un monumento de mucha retórica y poca estética,  se pretende sugerir que los combatientes se reconciliaron y caminan soltando palomas, pero en la vida real los ex combatientes se manifestaron alrededor de una fiesta a la que no fueron invitados a pesar de que fueron invitados a matar y morir en el frente de batalla.  

Ese Monumento a la Reconciliación no sólo es ofensivo para la vista y para el sentido común, también es una burla para la construcción de la paz.  El nombre de ese monumento hace referencia a la primera derrota que sufrieron los Acuerdos: el incumplimiento de la Ley de Reconciliación Nacional. Ley que ofrecía amnistía para el crimen común y político exceptuando el secuestro y exceptuando los hechos de violencia que determinaría la Comisión de la Verdad. Comisión a la que remitieron protagonismo  las partes en conflicto al firmar la Paz y a la que se reconoce en la Ley de Reconciliación.

El 20 de marzo de 1993, terminaron los Acuerdos de Paz cuando los legisladores salvadoreños sepultaron la Ley de Reconciliación al aprobar la Ley de Amnistía luego de conocer el Informe de la Comisión de la Verdad. Sólo habían pasado catorce meses desde la firma de la paz, desde entonces la reconciliación se volvió eufemismo de impunidad.  Desde entonces, el poder legislativo garantizó  que estuvieran en paz con la justicia quienes protagonizaron algunos de los crímenes más horrendos que se han cometido contra la humanidad; pero la paz y la reconciliación de los criminales no merecen una fiesta, ni merecen un monumento. Por eso gozamos de honor los  que no somos herederos y beneficiarios de la amnistía, los que anhelamos la paz, los que no fuimos invitados a esa fiesta de  los que por obra y gracia de la Ley fueron librados de la Justicia.

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