miércoles, abril 05, 2017

Sobre la batalla de Trump contra Trump



Donald Trump ha protagonizado desde la presidencia varios altercados que reflejan que carece de madurez para estar al frente de un país. Ya como presidente ha chocado con su propio partido, con la prensa y con la Ley de forma recurrente.  Esos capítulos antagónicos pueden ser explicados a partir de dos variables que actúan de forma conjunta: 1) Trump no conoce sus alcances reales como funcionario y 2) Trump se aferra  a métodos y técnicas adquiridos  a partir de la experiencia acumulada en liderazgos que ejerció en el pasado.  

El presidente número 45  de los Estados Unidos tiene experiencia con el poder, pero no es lo mismo poder económico que poder político.

La inexperiencia política de Trump tiene su máxima expresión en su batalla contra el Freedom Caucus. Esta  facción ultra conservadora entre los republicanos retiró su apoyo a la reforma de salud que tanto prometió Trump durante la campaña. Los miembros de este grupo tienen argumentos  políticos contra la reforma, pues consideran que ésta  atenta contra los principios que defienden. Trump contra estos conservadores  ha arremetido de forma personal y con amenazas electorales alejadas del debate y negociación. En esta batalla el presidente volvió a mostrar su vocación autoritaria. Trump nuevamente evidenció que para su idiosincrasia, lo lógico es que su voluntad debe ser obedecida y respaldada porque es el presidente del partido y de la república  y punto. Esas actitudes no son nuevas. Ya sea como empresario, personaje, candidato o funcionario  Trump se ha comportado como que nadie está a su altura, como que sus ideas son ordenes incuestionables  que hacen innecesario cualquier  dialogo o escrutinio. 

La relación con la prensa es la que durante más tiempo viene venciendo la comprensión de Trump porque con los medios de comunicación ha experimentado los cambios más precipitados. Como empresario y estrella de un show, se acostumbró a controlar de forma muy amplia los contenidos cuando aparecía en medios. Trump disfrutó de la libertad  de producción y difusión que tiene todo aquel que compra un espacio en una revista, radio, cine o televisión. Pero ya desde el momento en que decidió ser candidato, esa relación cambió y quedó en evidencia que a diferencia de como ocurre en un programa, ya en la realidad  no es posible controlar todos los contenidos porque no se cuenta con todas las bondades de la edición que ofrece la industria del entretenimiento a la hora de definir la trama de un espectáculo. Barack Obama fue pionero en advertir sobre esa confusión entre realidad y ficción por parte del magnate.  Obama resumió ese problema de comprensión en la siguiente sentencia: “esto no es entretenimiento, esto no es un reality show”. Así se refirió el ahora ex presidente a las actitudes que mostró durante la campaña el entonces candidato. Pero desde hace más de cien días y desde la Casa Blanca, el show continua y su protagonista principal sigue dando declaraciones absurdas que se caen a pedazos porque no todos los periodistas son  guionistas o miembros de su equipo de producción. 

Trump debe renunciar a sus deseos de convertir rumores  y opiniones sin fundamentes en realidad nacional pues día a día  va gastando su escasa credibilidad y solvencia debido a sus declaraciones o publicaciones que aunque  muchas veces son insostenibles, si son capaces de generar incertidumbre permanente porque ponen en evidencia lo irresponsable y peligroso que es tener al frente de un país a un experto en generar ganancia y rating que poco entiende de gobernabilidad.

La mitomanía y el egocentrismo del presidente pudieron servirle en el pasado para vender.  Pero esos elementos ya no le funcionan ahora que es presidente, ahora que los alcances de sus palabras y decisiones  son capaces de cambiar el rumbo de un país y del mundo entero. Trump seguirá chocando con los medios hasta que entienda que los periodistas no son voceros  que deben dedicarse a reproducir sus palabras vacías. Así mismo alguien debe informarle al señor presidente que las fórmulas útiles para entretener no sirven para gobernar.

Alguien debe explicarle al presidente  que Estados Unidos no es su empresa, que la Casa Blanca no es la Torre Trump, y sobre todo que los ciudadanos no son ni sus trabajadores, ni sus espectadores y menos sus súbditos.  Alguien debe explicarle que él no es  el jefe absoluto de los Estados Unidos y que por el contrario es un empleado con más de 323.127.513 jefes y que además su voluntad es efímera comparada a los alcances de La Constitución. Alguien debe explicárselo y también deben explicarle que el gobierno se divide en tres ramas que están separadas porque debe entender que los jueces, representantes y legisladores no son sus empleados y que por lo tanto no deben someterse a su voluntad para conservar un salario. Así mismo, debe entender que  la opinión pública no es un conjunto de  agencias de publicidad a la espera de su dinero y órdenes para posicionarle la imagen a su gusto y voluntad. Trump debe entender que la campaña de odio que le permitió conquistar a muchos sectores del electorado no podrá traducirse totalmente a medidas políticas porque es imposible que un presidente actué más allá de lo que le permite su rol y funciones designadas dentro de un sistema de cheques y balances. 
 
Trump como todo ciudadano tiene libertad de expresión, pero también debe entender que es irresponsable que siendo funcionario público  exprese prejuicios y difunda rumores. Pero por sobre todo y hasta este momento, debe entender que existen muchas diferencias entre publicar  en una red social y  firmar una orden ejecutiva porque en una red social el límite principal lo pone el número de caracteres permitidos  por el servidor, mientras que en la orden ejecutiva el límite lo pone la ley. Eso se comprende con facilidad, pero según parece aún no lo comprende quien labora en el Despacho Oval de La Casa Blanca.

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